Admito que soy de aquella generación en la que chatear era sinónimo de ir de vinos. Entendí que todo esto de las
nuevas tecnologías me costaba más de lo previsto cuando le pregunté a un joven empleado de
Ikea dónde tenían esos ridículos lapicitos para poder anotar el código con el que encontraría los muebles en los subterráneos de la gran superficie y me recomendó usar la cámara del teléfono móvil. Claro, yo no había caído.
Pertenezco a la que podríamos denominar
Generación Panceta, ese producto porcino que, escoltado por dos pedazos de pan, te recuperaba en un santiamén de una noche de excesos. Empecé a entender qué es eso de las
cookies cuando mi buen amigo Agustín Madariaga, periodista y especialista en estos temas además de otros como la inteligencia artificial, me contó que un buen hombre descubrió el embarazo de su mujer gracias al ordenador. Él buscaba contenidos en la
red y únicamente le aparecían ofertas para la compra de cunas, coches para bebés y pañales. Era el anticipo de una paternidad en ciernes.
He de reconocer que estoy hasta las cookies de tener que elegir cada vez que entro en un dominio web. Pero antes tenía alternativa. Ahora, no. Hasta hace unas semanas podría optar entre tragarme todas las galletas -recomendación de la RAE para evitar el anglicismo- o seleccionar sólo las técnicas o necesarias. En algún caso, tenía que ir una a una rechazando todo lo rechazable; en otros me encontraba aceptar, en castellano y rechazar, en inglés. Era penoso. Además, al mismo tiempo, bloqueaba el intento de localizarme; demostración evidente de que soy capaz de hacer dos cosas a la vez. En el mejor de los supuestos, podía rechazar todas ¡apretando una sola vez el ratón! ¡Qué maravilla!. Era un consuelo y un desahogo.
Pues hete aquí, que desde hace un par de semanas y por arte de birlibirloque, las webs de las grandes empresas periodísticas españolas se pusieron de acuerdo -supongo que esto no es materia del Tribunal de la Competencia- y decidieron ponernos contra las cuerdas. O pagas, eso sí una cantidad simbólica; o te tragas todas las galletas una a una. Así que ya lo tengo claro: que busco billete de tren, pues a devorar anuncios de operadoras ferroviarias. Al menos, estoy tranquilo porque en mis navegaciones no he visto banners de pañales de bebé o cochecitos.