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Sábado 27/04/2024  

Una feminista en la cocina

Nalgas de asceta

Los años a los que tintamos canas nos recuerdan que nuestros padres ya no están y que Pecado que corría despreocupado al borde del precipicio...

Publicado: 18/01/2023 ·
10:04
· Actualizado: 18/01/2023 · 10:11
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Mayores.


Casi siempre por finales de trasvase de años, estoy enferma. No porque lo sea, sino porque parece que me lo guardo para estas puñeteras fechas. Gripes, faringitis, otitis o soltería que hacían que me quedase en casa viéndolas venir con mis padres o luego ya ennoviada, con mis suegros y toda la troupe familiar. Es curioso lo extraño que debe parecer un noviazgo de los que nacimos en los 60 a la gente, como mis hijos mayores, que viven en pareja casi sin conocerse. Que entonces alguien se casara por quedarse embarazada o que el Honor, sí con mayúsculas, fuera tema generalista de una vida que empezó a tener color con las portadas del Hola tras la muerte del dictador, les debe parecer poco menos que de documental de Netflix.

Nos evadíamos los de mi generación, año tras año, tras rendijas de puertas cerradas, con posters que besábamos luego de pegarlos con fixo a la pared. Soñábamos con crecer. Queríamos volar sin redes salvadoras que nos ahogaban. Veíamos llegar alegremente el futuro, sin pensar que nos dolerían los calcáneos, ni engordaríamos por las jodidas hormonas. Arrugarse no es más que plegarse al tiempo muchas veces. Envejecer no es más que acumular recuerdos que te pesan en el alma, jodiéndote las articulaciones. Vivir es un misterio cotidiano y los números que trasiegan en los calendarios, un invento romano robado a los egipcios. La Historia se cuenta en versiones unitarias de gente que se afana en maquillar los hechos ocurridos. Los que transitamos lo hacemos sin querer mojarnos, trastabillarnos o matarnos, porque la Muerte por mucho que digan no es punto y aparte, ni entrecomillas, sino más bien punto final. Los años a los que tintamos canas nos recuerdan que nuestros padres ya no están y que Pecado que corría despreocupado al borde del precipicio, cada vez está más cerca de caerse. Aun así no queremos ser muerto en vida, ni tirarnos en parapente, sino bailar salsa sin que nos pisen los juanetes. Puede que ser felices y hacer felices a los demás.

Que el ladrido de nuestros perros no moleste al vecino y que sus petardos celebratorios se le metan por donde le acaba la gracia. Al fin, un año más para echarte de menos y si me apuras, querido mío, un año menos para estar contigo. Pero por una vez, te diré lo que me contestaste un día cuando te pregunté que si querías morir conmigo y me respondiste que "sin ninguna prisa".

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