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Miércoles 24/04/2024  

Una feminista en la cocina

El hombre que murió de amor

Luego se cruzó con una asiática con paraguas y sandalias en un día de esos de sol que regala el cambio climático aún en invierno

Publicado: 12/01/2023 ·
13:51
· Actualizado: 12/01/2023 · 13:55
Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Pobreza.

Serían 53 los que cumpliría si no se hubiera enamorado de una noche fría en la calle San Francisco. Dijo un periódico local que la entrepuerta donde sucedió el deceso antes fue banco y antes de eso ni sabe Dios por eso del covid, la crisis inmobiliaria y que ya Cádiz no es Cádiz ni para las fiestas. Dicen también que se dejó ayudar hasta que le pudo el viento racheado, las estrellas en el cielo y la libertad de peerse donde quisiera. No era amante de las reglas. Nunca lo fue. Tampoco de ninguna parte, ni siquiera de esa ciudad pequeña y provinciana donde ha muerto henchido de amor profano y profético. No supo que se moría hasta que vio una avalancha de turistas subir por Canalejas arriba. Eran como una de las plagas de Egipto.

Luego se cruzó con una asiática con paraguas y sandalias en un día de esos de sol que regala el cambio climático aún en invierno. Creyó que se le había salido el corazón del pecho, porque era bellísima con su nariz chata y sus ojos de almendra. Veía muchas cosas si se pegaba al Muelle que nadie más que él veía, porque como antiguo agente de la Inteligencia no se le escapaba nada en su disfraz de sin techo. Era una de las ventajas de la invisibilidad, entre otras muchas como que no te cobraran impuestos o que los de la Diputación no supieran tú nombre para no clavarte la puntilla de que medio Cádiz lo recitara, luego de hacerse famoso por protagonizar una coplilla carnavalera. Cuando se ajustaba la pelliza con la que había convivido en buena hermandad tantos años, se le desdibujaba una sonrisa de amor en todo el labio. No se supo viejo, ni cansado, ni preocupado, ni inquieto. Nunca le había dado miedo ni la Soledad, ni la Noche, ni la Intemperie. Solo el amor no correspondido le aterraba.

Pero solo recostarse en su cartón- madre ya se sabía acogido. Las mantas regaladas con las que se tapaba eran su tesoro más preciado, las que lo custodiarán hasta el sendero de Anubis para que pese su corazón que tanto amó a la vida. Se durmió tranquilo, aquella noche sin saber que no volvería a despertarse para ver el amanecer con el arrullo de las palomas cagonas. No fue nada. Solo un buen sueño. Con avalanchas de turistas que se le imaginaron plaga.

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