A veces nos encontramos con alguien que nos llama por nuestro nombre y además nos pregunta por nuestros familiares, de lo que deducimos que nos conoce bastante bien y, sin embargo ¡¡no tenemos ni idea de quién es!!
Lo peor llega cuando, no queriendo admitir que no le reconocemos, tratamos de seguir la conversación con tartamudeos, sin saber por quién preguntar, hasta que la persona se da cuenta y, entre burlona y ofendida, nos dice aquello de ¿Pero… no te acuerdas de mí?. Pero ¿Por qué a unos les resulta tan sencillo y para otros es todo un reto?. La razón es que nuestro cerebro es selectivo y almacena sólo la información que considera importante; porque, al contrario de lo que dice el famoso dicho: El saber sí que ocupa lugar. Un lugar que, a veces, podemos necesitar para otra información más relevante.
De lo que podemos concluir que, lo reconozcamos o no, cuando olvidamos el nombre de alguien (y no existe patología alguna que lo justifique) es porque la persona no nos resulta interesante. Las mujeres recuerdan mejor porque establecen un vínculo emocional para memorizar. ¿Por qué cuando relacionamos un hecho o una cara con una emoción recordamos mejor?
Un ejemplo: A diario solemos recorrer el mismo camino desde casa hasta el trabajo. Lo hemos repetido tantas veces que ya lo hacemos de manera mecánica, por lo tanto, los hitos que encontramos por el camino (edificios, árboles, semáforos, etc.) no nos resultan relevantes.
De hecho, si alguien nos preguntase a qué hora hemos pasado por un determinado lugar, no sabríamos responder porque no hemos memorizado esa información.
Sin embargo, si un día al salir de casa para hacer el camino diario, al pasar por uno de los semáforos que solemos cruzar nos encontramos un accidente; si alguien nos hiciese la misma pregunta de antes, probablemente podríamos calcular la hora con facilidad porque el impacto emocional del incidente nos habría hecho memorizar el momento en el que hemos pasado por aquel lugar.