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Torremolinos

Nuestro Día de los Abuelos

Torremolinos no es sólo turismo, fiesta, deportes, playa y sol. Es también arte, cultura, crisol de civilizaciones. En estas crónicas, Jesús Antonio San Martín, desarrolla lo más representativo del ayer y el hoy de Torremolinos.

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Torremolinos es, desde hace años, el municipio pionero en la institución del Día de los Abuelos, jornada que se celebra cada 26 de julio. Testigo mudo pero elocuente de tan entrañable Día y de la constante y esmerada atención que a lo largo del año brinda Torremolinos a sus mayores es el Monumento a los Abuelos, erigido en lugar destacado, a la entrada del núcleo urbano. Este monumento es tan solo el frontispicio de ese templo sutil de amor y prodigalidad que los torremolinenses levantan en sus corazones para honrar y mimar a sus mayores. Genuinos hogares les son los cinco centros de convivencia, así como las distintas residencias geriátricas del municipio. Las aulas y talleres de la Universidad Popular de Torremolinos hacen sentirse útiles a muchos jubilados. Y, entre otros selectos disfrutes, hasta el ultramoderno complejo de la gran piscina municipal Virgen del Carmen II se hizo pensando en las personas mayores.
En el Día de los Abuelos comparten mesa nuestros mayores con las autoridades del Consistorio. Pero es este singular Día mucho más que un espontáneo compartir. Es jornada de rememoración y gratitud. La alocución del alcalde, que recoge el sentir hondo del pueblo, se concreta en traer a la memoria lo mucho que debemos a los padres de nuestros padres y a nuestros propios envejecidos padres; mas no únicamente en Día tan especial, sino todos los meses, todas las semanas, todos los días… Bien merecen nuestros padres y abuelos que no descuidemos el jardín de nuestros nobles sentimientos hacia ellos, que es tarea cotidiana… o se marchitarán las rosas. No importan las circunstancias; no importan las creencias y la cultura; lo vital es el agua fresca de nuestra consideración hacia sus encanecidas sienes y nuestro constante agradecimiento y apoyo para hacerles más llevaderos y felices los penosos días de la senectud.
La instauración del Día de los Abuelos en la fecha del 26 de julio responde a que en tal día celebra la Iglesia Católica la festividad de San Joaquín y Santa Ana, tradicionalmente considerados como padres de la Virgen María y abuelos, por tanto, de Jesús de Nazaret. Los evangelios canónicos no especifican claramente quiénes fueron los abuelos de Jesús. El evangelista Mateo cita a un tal Jacob como padre de José, el esposo de María. En cambio Lucas menciona a Helí como progenitor de José, aunque los exegetas entienden que este Helí era padre de María y no de José. Ante tamaña inseguridad patrística, los autores de los libros apócrifos como el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio de la Natividad de María, escritos después del siglo IV y no en el siglo II como hasta ahora se creía, dan los nombres de Joaquín y Ana a los abuelos maternos de Jesús. Basada en estos escritos apócrifos, la Iglesia instituyó el culto a San Joaquín y Santa Ana.
En Día tan significativo -aunque para el caso cualquier día del año es apropiado-hemos de proponernos cultivar la flor de la empatía, es decir, entrar en el corazón de nuestros mayores y tratar de ver la vida desde su punto de vista. La mayoría de ellos, sobre todo al alcanzar la edad octogenaria y nonagenaria, ya no tienen a sus antiguos amigos y compañeros. Socialmente se encuentran solos. Nosotros, como descendientes y familiares, hemos de tratar de llenar ese inmenso vacío ofreciéndoles nuestra desinteresada amistad, escuchándolos e interesándonos sinceramente por sus cosas, además de brindarles nuestra incondicional ayuda física que como hijos o nietos nos corresponde. Es mandamiento y regla de oro del amor. Y no debemos olvidar que las personas mayores son verdaderos pozos de sabiduría, de los que podemos extraer aguas profundas para regar copiosamente los árboles de nuestra vida.
Lastimosamente, el cariño natural es una vela apagada en muchos hijos que se olvidan de sus longevos progenitores. Y no es porque éstos vivan lejos; aún viviendo en la misma población, no los visitan y ni siquiera los llaman para interesarse al menos por su delicada salud. Pero más triste que ver consumirse su salud es para estos abandonados padres y abuelos obligarse a rumiar pacientemente, en el rincón de la más oscura y fría soledad, posiblemente en paupérrimas condiciones, el cotidiano desprecio de quienes les deben la existencia y hasta el medio de vida. Otros pudieran pensar que son más considerados al internar a sus mayores en residencias y asilos, tal vez razonando que así se quitan un serio problema de encima. Olvidan que la persona realmente valiente en la vida es aquélla que sabe convivir con los problemas.
Por fortuna son muchas las personas juiciosas que constantemente tienen presentes a sus padres y abuelos, máxime cuando éstos alcanzan la edad de jubilación y la pensión que les queda no les llega para afrontar los gastos. Y no solamente se limitan a ayudar a cubrir económicamente sus necesidades materiales; también los incluyen en su círculo familiar y cuentan con ellos permanentemente. Y, cuando la viudez toca a alguno de sus ascendientes, no dudan los hijos de buen corazón en recogerlo y acomodarlo en su propia casa.
No podemos hacernos una idea de lo mucho que una simple llamada telefónica significa para nuestros mayores que se encuentran solos. Escuchar nuestra familiar voz -probablemente la única que escuchan en muchos días, aparte de las del televisor o la radio- hace que incluso se les mitiguen sus crónicas dolencias. Algunos abuelos hasta han aprendido a manejar un ordenador, esperando comunicarse vía mail con los suyos. Y para los que viven lejos y no manejan un ordenador, su mayor ilusión sería recibir una carta, al margen de alguna que otra comunicación auricular. Nuestras cartas son perennes testimonios de consuelo que nuestros mayores conservan con todo el cariño del mundo, y las leen y releen cuando la soledad les embarga. Muchos de nosotros no podemos olvidar lo mucho que significaba recibir una sencilla carta en los tiempos en que nos hallábamos cumpliendo lejos el servicio militar. ¡Cuánto más para nuestros mayores que deshojan la margarita de la soledad en la lejanía!
Sí, bueno es que nos examinemos cómo tenemos de ancho el corazón en este solemne Día de los Abuelos y en el resto de los días; porque, mientras ellos vivan, todos los días son días de los abuelos. No es suficiente con ofrecerles hoy un jardín florido, pero mañana tal vez una flor marchita. Mejor una rosa fresca todos los días. Mejor el cariño silencioso de cada día que una pomposa banda de música en el aniversario. No descuidemos hoy la sagrada obligación de contribuir a la felicidad de nuestros mayores. Mañana puede ser tarde y nuestra conciencia tan solo habrá podido acumular las espinas de la rosa, pudiendo haber recolectado sus aromáticos pétalos.

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