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CinemaScope

'Pam y Tommy' y su universo de descerebrados, salidos e hipócritas

Es una serie honesta en sus intenciones a la hora de reivindicar la figura humana de una artista condenada a ser tratada como objeto de deseo

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Puede que Pam y Tommy pase a la historia por circunstancias colaterales, por marcar una especie de hito en la historia de la televisión: una serie para adultos en Disney Plus en la que hay sexo, desnudos, palabrotas, gente que fuma -qué barbaridad: el mundo se va definitivamente al carajo, o no- y hasta un tipo que mantiene una conversación con su pene erecto -plano contraplano- para ver quién de los dos conserva intactas más neuronas en su cerebro.

Pero lo que hace realmente notable a la serie es lo que cuenta, no cómo lo cuenta, aunque pueda parecer una contradicción. Pese a contar como director principal con Craig Gillespie -responsable de las muy buenas Cruella y Yo, Tonya-, su puesta en escena resulta acelerada y, en algunos casos, algo burda para un proyecto de estas dimensiones, y lo que la hace salir adelante es un guion que ha tenido muy presente la estructura narrativa a la hora de saber qué es lo que quiere contar: la progresiva destrucción de las aspiraciones una actriz y modelo, de una mujer, condenada a ser tratada como un objeto de deseo por parte de una multitudinaria panda de descerebrados y salidos y de una sociedad tan hipócrita, que es capaz de arruinar tu carrera por salir en un vídeo porno, al tiempo que hacen cola para poder comprar ese vídeo porno. 

En este sentido, lo que define el auténtico valor de la serie no está en la ya mítica escena del baño en la que Tommy pregunta a su verga si ha llegado el momento de pasar a la acción, sino en otra secuencia anterior en la que Pamela Anderson acude a Las Vegas a lo que parece ser un acto de promoción de la serie Los vigilantes de la playa y que, en realidad, no es sino un encuentro con directivos de empresa babosos que han pagado una suculenta cantidad para poder cenar con la mujer de sus sueños. O cuando acude por primera vez a la mansión Playboy y recibe los consejos de Hugh Hefner. O cuando ella misma se reivindica ante su carísimo e inútil bufete de abogados con su honesto alegato feminista frente a un mundo de machos.

No entiendo por otro lado que Lily James  haya aceptado un papel que la hace irreconocible, pero en el que se desenvuelve de manera sobresaliente, frente a un intenso Sebastian Stan y los más que convincentes Seth Rogen y Taylor Schilling. Valedores asimismo de este interesante trabajo en el que prevalecen sus interpretaciones y lo que cuentan.

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