Hace ya unos años, pasé unos días de vacaciones en una ciudad portuguesa llamada Nazaré. Allí hice amistad con el Comandante de Marina, cuyas oficinas estaban frente al hotel donde me hospedaba y que tuvo la gentileza de permitirme aparcar mi coche en sus dependencias.
Mi amigo, cuyo nombre es José Antelmo Venancio Correia, al que llamamos cariñosamente "Se", era una autoridad en aquella ciudad, eminentemente marítima, porque en aquel tiempo la potestad de la Marina sobre el litoral, se adentraba un centenar de metros en tierra firme y todo lo que hubiera en esa franja era competencia de la Marina, ya fueran edificios o zonas de recreo. Buen conversador, como casi todos los portugueses, me contó, entre otras, una historia muy bonita sobre un personaje completamente desconocido en España; al menos yo jamás había oído hablar de él.
Este personaje era dom Fuas Roupinho el cual vivió en el Portugal de los primeros años de monarquía y que salvó su vida por un milagro atribuido a la intercesión de la Virgen María.
Para quien no conozca la bonita ciudad de Nazaré, le diré que está dividida en dos partes: la moderna, junto al mar, en una playa amplia y preciosa y la antigua, sobre un acantilado que comienza donde la playa termina y se eleva de forma abrupta.
Parte antigua y nueva están unidas por carretera que serpentea por la montaña y por un funicular que circula sobre raíles dentados y tirado por un cable de acero y que salva los cien metros de desnivel, con una subida, del cuarenta por ciento.
Pues bien, en la parte alta de la ciudad, mucho más bonita y atractiva que la moderna, hay un precioso lugar conocido como Mirador de Suberco, desde el que divisa una vista de la inmensa playa de blanca arena, el funicular y sobre todo, una piedra en la que hay esculpida en profundidad, el casco de un caballo.
Cuenta la historia que el día 14 de septiembre de 1182, hallándose dom Fuas, alcalde de Porto de Mós, cazando venados en sus tierras, pasó por cierto lugar en el que había una gruta en la que unos pastores hallaron una talla de la Virgen que hoy es conocida como La Señora de Nazaré.
Aunque se había levantado una fuerte niebla, procedente del cercano océano, terminadas sus preces, continuó con su cinegético entretenimiento, cuando ante él se cruzó un espléndido venado.
Lanzó a su caballo a la carrera tras el rápido animal, sin percatarse de que, oculto en la niebla, se encontraba el gran precipicio que hace de final de la tierra alta, hacia el que se dirigió el caballo. Dom Fuas creyó que se precipitaría de manera irremisible por el acantilado, pues su cabalgadura, encelada en la persecución del venado, no obedecía a sus órdenes.
En ese instante, el noble cazador, se acordó de la Virgen a la que acababa de ofrecer sus oraciones y se puso en sus manos para lo que le sucediera a continuación.
Y he aquí que por la intercesión "indiscutible" de la Santísima Virgen, a muy escasa distancia del precipicio, el caballo se detuvo, clavando uno de sus cascos delanteros en la dura roca y produciendo la huella que se conmemora esculpida en la piedra.
Naturalmente que dom Fuas, como se diría en aquella época, se hincó de hinojos en tierra y dando gracias a la Virgen, prometió levantar allí mismo una capilla de piedra, y mandó emisarios a dar a conocer el milagro que en su persona se había obrado. La capilla existe en el alto Nazaré y se llama La Ermita de La Memoria.
Mi amigo me contó la historia y con la ceremoniosidad del idioma portugués, terminaba diciendo que gracias a la Virgen, dom Fuas no cayó al precipicio, solamente "debruçose".
Bueno, lo cierto es que la historia era bonita y mi amigo la contaba muy bien, pero la terminaba diciendo que todos los años, para la fiesta de la Virgen, en la que se conmemoraba el milagro de dom Fuas, mandaba a uno de los marineros que trabajaban a sus órdenes a que quitase toda la tierra almacenada en la huella que dejó el casco del caballo del noble cazador, y hacía con la mano el gesto de estar pasándole una escoba.
Desde aquellas vacaciones, mi mujer y yo, cada vez que nos asomamos a algún precipicio, acantilado o similar, nos "debruçamos".
Pero también, desde aquella vacaciones, sentí curiosidad por saber quien era el dom Fuas del caballo y por eso viene lo que a continuación les quiero relatar y que no es una cosa importante, ni trascendental, es simplemente un trozo de historia de nuestra querida Península que me parece que ignoramos más de lo que la razón hace recomendar, porque el que olvida su historia, está obligado a repetirla.
Pues bien, poco he encontrado de Dom Fuas, salvo que debía ser un caballero Templario que guerreó a las órdenes del primer rey de Portugal Afonso Henriques, el cual por compensación a su entrega, le nombró Alcalde de Porto de Mós, una villa importante de la provincia de Leiría. Fue también el comandante que mandaba la escuadra portuguesa que venció a los musulmanes en la batalla de Cabo Espichel y debió destacar por su valentía y capacidad guerrera.
Lo que sí puedo afirmar es que figura en la llamada Leyenda de Nazaré, en relación con el supuesto milagro que antes se ha referido y fue por esa razón por la que Dom Fuas pasó a la historia, más que por sus hazañas guerreras.
Dentro de un año se va a producir el primer centenario del derrocamiento de la Monarquía en Portugal, un hecho de suma trascendencia en la vida de nuestro vecino país, cuya historia corrió, en muchas ocasiones, paralela a la nuestra.
Y yo me pregunto: ¿Sabemos los españoles cómo se convirtió Portugal en un reino independiente, cuando desde siempre había formado un todo con el resto de la Península? ¿Cómo dejó de ser una Monarquía para convertirse en República?
Portugal era una monarquía muy antigua, casi la más antigua de Europa, pues se instaura en el ya lejano año de 1128.
Andábamos en aquellas fechas guerreando contra el moro invasor y desde que don Pelayo iniciase la Reconquista, mucho se había adelantado, pero España todavía no era un reino. Coexistían Galicia, Castilla, León, Navarra, Aragón y un resto peninsular aún en poder de los árabes.
El rey Alfonso VI de León, de Galicia y de Castilla, quizás el mas importante monarca de aquella época que reinó entre 1065 y 1109, porque le dio la gana, pues para eso era rey, le regalo a su yerno, Enrique de Borgoña, que casó con su hija natural Teresa Alfonso de Castilla, el Condado Portucalense, nombre con el que se conocía la Lusitania romana. De este condado surgirá, años más tarde, el reino de Portugal.
Quizás el lector ya haya visto que estamos en la época en la que nuestro Cid Campeador, campeaba más que nunca, cuando obligó a su rey, Alfonso VI, al Juramento de Santa Gadea, para demostrar que no había tenido nada que ver en el asesinato de su hermano y primogénito Sancho II, apodado El Fuerte, que en el asedio de Zamora, fue apuñalado por Bellido Dolfos.
Pues bien, Enrique de Borgoña gobierna el condado de tal manera que a su muerte, en 1112, éste es mucho más independiente de lo que lo era cuando lo recibió. Su esposa, Teresa, se coloca de regente hasta la mayoría de edad del hijo de ambos, Afonso Henríques, en Castilla, Alfonso Enriquez, que había nacido en Coimbra, en el año 1109. Cumplida su mayoría de edad, se incorpora a la vida pública, enfrentándose a la política que había seguido su madre con el rey de Castilla, Alfonso VII. Guerrea con ambos y sale victorioso; en 1139 se enfrenta a los Almorávides, y tras la aplastante victoria en batalla de Ourique, sus tropas lo proclaman Rey de Portugal: Afonso I.
En 1179, cuarenta años después, el Papa Alejandro III reconoce a Portugal como un nuevo reino vasallo de la Iglesia.
En el año 1146, Afonso se casó con Matilde de Saboya, la primera reina de Portugal que siempre ha sido conocida en el país vecino como "Mafalda de Saboya".
Tuvieron una amplia descendencia, con predominio del género femenino, hasta que por fin, les nació un varón que reinaría como Don Sancho I, segundo rey de Portugal.
Pues bien, a las órdenes de Afonso Henriques, guerreó dom Fuas Roupinho y a la muerte del primer rey, siguió a su sucesor, al que sirvió con verdadera devoción.
No he encontrado referencia en los textos que he consultado, pero dom Fuas estuvo presente en la batalla de Ourique, de la que Afonso sale victorioso e investido rey por aclamación de su ejército.
La casa de Borgoña se sienta en el trono lusitano por espacio de varias generaciones, hasta que llega Fernando I de Borgoña, el cual se casó con Leonor Téllez de Meneses, de la que solamente tuvo tres hijos, la primera, Leonor y dos varones que murieron antes que su padre, por lo que a su muerte, éste no tenía heredero. Su esposa se convirtió en regente, hasta la mayoría de edad de Leonor, la cual se había casado con el rey Juan I de Castilla.
Evidentemente, en el incipiente país, no se ve con buenos ojos que ocupe el trono la hija del monarca fallecido y menos que ésta se haya casado con el rey de Castilla, lo que supondría que su descendiente volvería a unificar los dos reinos, cosa que muchos portugueses no desean.
Entra en liza un hermanastro del monarca fallecido, Juan, Gran Maestre de la Orden de Avis, una orden militar como las españolas de Alcántara, Calatrava, Santiago y Montesa, el cual reclama el trono para sí. Tras muchas vicisitudes, en 1385, Juan el de la Buena Memoria, sobrenombre por el que fue conocido, se convierte en el primer rey de la casa de Avis.
Esta dinastía reinará hasta Antonio I, cuya historia es de lo más truculenta, pues era hijo bastardo del infante Luis, prior de la Orden de San Juan de Jerusalén e hijo de Manuel I el Afortunado y de una judía que terminó siendo monja.
En fin, todo un culebrón medieval, que lleva a Antonio a acompañar al rey Sebastián I, El Deseado, a las tierras moras en donde encuentra la muerte en la batalla de Alcazarquivir, o de los Tres Reyes.
El 24 de julio de 1580, Antonio se autoproclama rey de Portugal y un mes después, se enfrenta al Duque de Alba en la batalla de Alcántara, de la que sale derrotado y tiene que huir. Desde ese momento, la casa de Austria reina en Portugal, aunque será por poco tiempo.
Felipe II de España y I de Portugal, es el primer monarca de la Casa de Austria, que termina, lo mismo que en España, con la llegada de Felipe V, IV de Portugal, y que inicia el brevísimo período Borbón hasta que en 1640 una rebelión sienta en el trono portugués a la Casa de Braganza que reina hasta el derrocamiento de Manuel II, el último rey portugués.
Casi siempre, el hecho de ser el último de una dinastía supone la existencia de un drama y así fue también en este caso.
A Manuel II lo derrocan unas elecciones y como ocurrirá en España veintiún años después, se ve obligado a macharse.
Pero si su final fue dramático, no menos lo fue el comienzo.
Cuando su padre, Carlos I, acompañado de toda la familia real portuguesa, se dirigían a su palacio en los carruajes de la época, cuando fueron tiroteados por al menos dos republicanos radicales escudados entre la multitud y que posteriormente fueron abatidos por la guardia de seguridad real.
El rey murió al instante, su hijo y sucesor al trono, el Príncipe Luís Felipe fue herido mortalmente y falleció a los veinte minutos. El Príncipe Manuel, fue herido en un brazo.
El reinado de Luís Felipe se convirtió en el más breve de la historia y Manuel, cuya herida no revestía gravedad, fue proclamado Rey de Portugal.
Allí fueron republicanos, aquí fueron anarquistas, pero al final todo se asemeja y unas elecciones democráticas, consiguen, allí y aquí, lo que por la fuerza se resiste.