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Sábado 20/04/2024  

Sindéresis

Pathfinder

Era el mejor de nosotros, comienza, y luego abre el tebeo sobre las rodillas del niño. ¿Ves este camino? Lo descubrió él

Publicado: 14/11/2022 ·
11:53
· Actualizado: 14/11/2022 · 11:53
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Autor

Juan González Mesa

Juan González Mesa se define como escritor profesional, columnista aficionado, guionista mercenario

Sindéresis

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Los sacerdotes se asoman a la Plaza de la Creada para anunciar que Carlos Pacheco se ha convertido en un dios. Con la túnica fúnebre bordada de arena, Rafael Marín se agarra a la balaustrada y mira. Nos mira, dispuesto a todo. Solo encuentra respeto. Entonces, el sacerdote se recluye en el interior del Templo de la Duda para estudiar sus propias lágrimas, algunas de las cuales considera mejores que sí mismo.

Todas las voces y lamentos no hacen más que componer un gran silencio de incredulidad. Entonces los héroes aparecen para llevarse su cuerpo, andando con la tranquilidad azulada de los líderes, balanceándose en imposibles cordadas, aterrizando como del rayo y cubriendo el día durante segundos con una capa más negra que la noche. En la Plaza de la Creada, un niño se rasca la barba y mira al creador que tiene al lado, que aprieta los dientes y niega con rabia, y le pregunta que quién era Carlos Pacheco. El creador parece incrédulo, incluso algo ofendido, pero después comprende que las cosas son así, que, por mucho que andes, el mundo avanza más rápido bajo los pies de cualquiera, más rápido que una leyenda, y pone un brazo sobre los hombros de ese niño de veintitantos años, que tiene más talento y menos conocimiento que la mayoría de los presentes, y se lo lleva hacia el Templo de la Duda.

Mientras, la plaza se llena de viejos amigos provenientes de otros idiomas y, mientras el creador guía al niño hacia las enormes, inmensas portadas del templo, el niño reconoce algunas de aquellas caras y méritos, y sonríe maravillado.

 La muerte no puede ser tan mala si es capaz de tal convocatoria, al fin y al cabo. Sin embargo, no entiende por qué los que vienen desde esos otros idiomas saben sobre el tal Pacheco lo que él mismo no sabe, y se lo pregunta al creador, y este le responde que el nuevo dios era un explorador que no necesitaba de la palabra.

Era un dibujante. Esa palabra tiene poder en los oídos del niño, que vuelve a rascarse la barba; un dibujante. Como un escritor de un solo disparo. Como un actor con la boca cosida. Como un bailarín de piedra.

Las puertas se abren antes que ellos lleguen. También se abre un camino entre la gente, pero nadie agacha la cabeza cuando los héroes sacan el féretro de grafito y arcoíris, sino que levantan la barbilla y muestran las lágrimas. Te vemos en un rato. Descansa el brazo, compañero. Ad Astra.

Y los héroes se alejan con el féretro hacia delante y hacia detrás en el tiempo, todo a la vez, y el grafito y el arcoíris prestados vuelven a la Plaza de la Creada con un murmullo de palomas nupciales y de ríos que no conocen el miedo.

El creador y el niño aprovechan la confusión para colarse en el templo, donde los sacerdotes han tramitado las cosas de la muerte durante más tiempo del que nadie sabe. Un día, quizás, alguno de los dos será un sacerdote como ellos.

 Sobre un escalón de la escalera que conduce a la balconada está sentado Rafa Marín, que lee un tebeo con la barbilla apoyada en el pulpejo de la mano. Alza la vista tras unos segundos, tras cerrar el tebeo. Vosotros diréis. El creador le explica que el niño quiere saber quién era Carlos Pacheco. Al contrario de lo que podría esperarse, el sacerdote no se enfada, sino que sonríe; tiene que contar una historia a alguien que no la conoce, y eso siempre le hace bien. Era el mejor de nosotros, comienza, y luego abre el tebeo sobre las rodillas del niño. ¿Ves este camino? Lo descubrió él.

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