Tarde esplendorosa la vivida ayer en la localidad. De esas de profundos sentimientos y fe desbordada que se inmortalizan en las retinas y en el alma. Levante y ambiente festivo en una Rota que se ha vestido con sus mejores galas para recibir en la calle a la reina por excelencia del Jueves Santo roteño, la Virgen de los Dolores.
En torno a las siete y cuarto de la tarde, unos doscientos nazarenos de capirotes rojo carmesí, negra túnica y capa blanca teñían de color las primeras calles del centro de la villa. Les precedía la imponente Cruz de Guía de caoba y plata de la Hermandad de los Dolores que, junto a sus faroles, ciriales, senatus y banderines, enriquecía el cortejo.
Delante de la Madre del Señor, y tras una importante representación de la Sección Joven de la Hermandad, cada vez más numerosa, cuatro hermanas de mantilla caminaban serenas y respetuosas adentrándose por el casco histórico de la localidad.
Tan sólo unos instantes después e iluminada por los últimos rayos de sol de la jornada, la Virgen de los Dolores, con el Cristo de la Caridad yacente en sus brazos, realizaba su entrada triunfal en la plaza de Andalucía. Y lo hacía gracias a un portentoso ejercicio de habilidad de su cuadrilla de 41 hermanos costaleros que la portaron de rodillas en su dificultosa salida de la capilla de la Caridad.
Bello dolor y resignado sufrimiento. Eternas contradicciones las del inmaculado rostro de esta Dolorosa, obra de Ramón Chaveli, que contempla a su hijo, el Cristo de la Caridad, yacente en su regazo. Bajo este conjunto escultórico, un sinfín de rojos claveles que acompañan a la Madre de Dios en un tormento dulcemente apaciguado por su emotivo reencuentro con Rota.
Y es que la cuadrilla de costaleros de Pedro Merino regaló a los numerosos fieles que se concentraban en la plaza de Andalucía un emotivo inicio de procesión. Al son de la marcha 'Macarena', interpretada con maestría por la Banda de Música del Nazareno, la señora del Jueves Santo roteño comenzó suave y contenida a dar sus primeros pasos para, acto seguido, arrancar con fuerza y contundencia una emotiva peregrinación que se alargaría, entre constantes demostraciones de fe y devoción popular, hasta más allá de las doce y media de la noche.