El día que Rodríguez Zapatero no acertó al contestar cuánto costaba un café. Ése fue el momento en que todo cambió. Corría el año 2007, y el presidente del Gobierno se presentó a porta gayola para inaugurar un espacio televisivo público en el que ciudadanos seleccionados al azar, pero representativos del españolito medio, podían trasladarle directamente sus cuestiones e inquietudes en horario de prime time. Bastó un taxista y una pregunta inocua para desmontarlo:
“¿Sabe cuánto cuesta un café?”. Zapatero respondió que “unos 80 céntimos”.
Falló, pero sobre todo dejó en evidencia su distanciamiento con la realidad de la calle.
Desde entonces, todos tomaron nota. En especial los asesores, que vieron convertida su labor en una profesión de riesgo. De hecho, los siguientes líderes políticos que se sumaron al experimento de
“tengo una pregunta para usted” ya iban con la lección aprendida, aunque vivieran tan distanciados de las aceras como ZP.
Hasta la entonces alcaldesa de Jerez, Pilar Sánchez, se sometió a un programa similar a nivel local, bajo la pretensión de revitalizar una dañada popularidad que terminó por pasarle factura en las elecciones de 2011, supiese o no a cuánto estaba el café con churros en La Vega.
El siguiente paso fue dejar a un lado la ideología para subrayar el lado emocional, cuya deriva definitiva terminó plasmada en
un populismo de saldo que ha terminado por degenerar a su vez en plena polarización. Pero por encima de las tendencias discursivas persiste la construcción del líder, la afinidad con ese líder -hombre o mujer-, desde parámetros de una falsa cercanía, ya que
parecen empeñados en salir de cañas con cualquiera de nosotros cuando su auténtico cometido es otro. Para salir de cañas ya tengo a mis amigos.
El presidente Pedro Sánchez ha vuelto a hacerlo esta semana, en la previa de la aprobación de la nueva subida del SMI, con la difusión de un vídeo en el que aparece tomando café en el salón de una pareja de jóvenes de Parla que cobran el salario mínimo interprofesional y con los que conversa sobre su realidad y sus inquietudes.
Parece que la partida de petanca con jubilados de Coslada de hace un mes funcionó y tocaba repetir la función, aunque en ambos casos jugara “en casa” y tampoco parezca importarle mucho el efecto impostado de la puesta en escena: pese a la autenticidad del decorado, lo que prevalece es la artificiosidad, el paripé. En realidad, no entiendo nada. ¿De verdad éste era el efecto deseado?
Es todo tan absurdo y grosero que solo tendría cabida en el NODO. A este paso, ¿para qué va a necesitar Feijóo asesores teniendo a los de Pedro Sánchez a su servicio?
Porque
de nada sirve el corto de ficción sobre la merienda si al día siguiente no hace lo propio y se va a desayunar con un autónomo y le pregunta cómo tiene pensado asumir la subida del SMI correspondiente a su pareja de empleados. Si le viene bien, si le parece correcta la medida. Ése es el vídeo que seguimos esperando, el que daría sentido al anterior.
No será la única aparición. Estamos en un
comprometidísimo año electoral -para los que concurren, evidentemente- y eso exige una presencia activa y constante que ya rebosa en nuestros perfiles de redes sociales con el día a día de cualquier candidato, convertidos en inesperados aspirantes a “
influencers” de lo público, pero, por encima de todo, en adversarios en cercanía, entregados a la búsqueda de una afinidad que deja expuesto incluso el ámbito de lo privado con tal de acelerar esa proximidad, unas veces sin pudor y otras sin remedio alguno, como si en vez de votos se tratase de una competición para ver quién sube más fotos o -atentos-, quién lleva más varas esta Semana Santa en las salidas procesionales.
Están convencidos de que las elecciones se ganan en las redes sociales, en los “me gusta”, en los comentarios, y se nos olvida el bagaje, que es lo que, en realidad, nos ha traído hasta aquí y ahora. Debería ser así. Tampoco tendríamos por qué darnos por vencidos con tanta antelación, aunque haya motivos y señales a nuestro alrededor.