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Andalucía

Un caballero unido siempre al nombre de Jerez

El ganadero Fermín Bohórquez Escribano, pilar clave en el rejoneo moderno, falleció este jueves a los 82 años de edad

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  • Junto a su esposa -

El rejoneador Fermín Bohórquez Escribano, fallecido ayer a los 82 años, fue un hombre de campo que tocó todos los palos: excelente garrochista; buena escopeta; criador de galgos; jugador de polo; labrador de éxito, un jerezano de pura cepa cuyo nombre es imposible desgajar de la propia mitología de esa tierra de toros y vino.

La casualidad quiso que naciera en Sevilla en 1933. Pero Fermín Bohórquez Escribano siempre se consideró jerezano de los pies a la cabeza. No solía fallar en las plazas de Jerez, El Puerto de Santa María y Sevilla, donde era perenne su presencia en el palco del Aeroclub, uno de las zonas reservadas de la plaza de la Maestranza.

En los últimos tiempos la enfermedad le había alejado de los tendidos y también le había privado de recorrer en uno de sus enganches los reales de las feria del Caballo de Jérez y de Abril de Sevilla, a las que siempre acudía.

En las esquinas del mundo del toro se sabía desde hace tiempo que el veterano jinete apuraba los últimos tramos de su vida. Su declive físico ya había comenzado, pero aún fue capaz de subirse a caballo por última vez en la Plaza Real del Puerto en agosto de 2011, en el transcurso de una corrida nocturna organizada en su homenaje de la que salió a hombros de su hijo, el rejoneador del mismo nombre.

Ya lo habían sacado en volandas en la plaza de Jerez de la Frontera el 9 octubre de 1993. Fue la última función de su larga carrera compartiendo un cartel coral -Rafael Peralta, Antonio Ignacio Vargas, Luis Valdenebro, Joao Moura, Ribeiro Telles, Javier Buendía, Antonio Correas, Leonardo Hernández y María Sara- en el que actuó por colleras con su propio hijo para cortar los máximos trofeos de un toro de su casa.

Y es que no se puede hablar de Fermín Bohórquez sin mencionar su faceta de ganadero, heredada de su padre: el agricultor, senador y diputado Fermín Bohórquez Gómez del que heredó nombre, afición y hacienda. El veterano jinete mantuvo la apuesta decidida por el encaste Murube-Urquijo, progresivamente reconvertido en el material más idóneo para los nuevos aires del toreo a caballo.

Fermín Bohórquez fue un jinete precoz pero también fue un consumado torero a pie en la soledad del campo. Se puso por primera vez delante de una eral a la edad de doce años instigado por el mismísimo Manolete. Aún quedaban algunos años para que decidiera convertirse en profesional del rejoneo en unos tiempos en los que le tocó bregar con la primera edad de oro del toreo a caballo.

En la década de los años 60 despuntaban los nombres de aquel cartel llamado de los jinetes de la apoteosis: Alvarito Domecq, Samuel Lupi, los hermanos Peralta... después irrumpieron otros pero Bohórquez, que había debutado en 1959 con 26 años cumplidos en un festival de Ubrique, supo darles la réplica a todos.

Rozaba la treintena cuando, definitivamente decidido a ser profesional,salió a torear en Pamplona. En 1962 tomó la preceptiva antigüedad en Madrid, que entonces sustituía a la ceremonia de alternativa que se ha impuesto en los últimos años. A partir de ahí logró labrarse un hueco cada vez más ancho en la profesión convirtiéndose en figura indiscutible de la especialidad en la década de los 70 del pasado siglo XX. Fermín Bohórquez resultó ganador del premio de la Real Maestranza de Caballería en los años 1970 y 1972. Fueron veinte tardes en el ruedo de Sevilla y veinte años también -consecutivos- acudiendo a la exigente plaza de Las Ventas. Con los 80 fue disminuyendo el ritmo de sus actuaciones hasta llegar a aquella feliz despedida de 1993.

Se casó con Mercedes Domecq Ybarra, que le dio seis hijos. El mayor de todos, Fermín, también siguió los pasos de su padre en el oficio de lidiar toros a caballo.

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