Lo advertía el propio presidente de la AMPA del IES Elena García Armada, Alejandro Castilla, al día siguiente de la
agresión de un alumno del centro a tres profesores y dos compañeros: “La normalidad emocional va a tardar en volver”. No hay plazos. En este caso, todo va depender del grado de afectación de cada persona, ya sea estudiante o docente, que será directamente proporcional a cómo de cerca o no vivieron este episodio, y de la sensibilidad de cada uno.
“No tiene nada que ver los compañeros que estaban en clase y presenciaron el momento de la agresión, los propios heridos, con la gente de otra clase o de otros institutos a los que también les puede afectar”, señala a
VIVA JEREZ la
psicóloga Alba Sotelino, que subraya, en cualquier caso, la
importancia de brindarles “soporte emocional” para facilitar la transición a la cotidianeidad que tanto necesitan.
El
primer paso para recuperarla es
retomar la jornada lectiva en su totalidad, como hicieron los casi 700 alumnos este lunes,
sin la presencia de unidades de la Policía Local ni la expectación mediática del pasado viernes en una mañana en la que también se vivieron momentos emotivos. Uno de ellos lo protagonizó
uno de los docentes que resultó herido por arma blanca, el profesor de Matemática, que fue recibido entre aplausos y con un obsequio muy especial: una corona de héroe. Sus otros dos compañeros, la profesora de Biología, que tuvo que ser intervenida en un párpado, y de Física y Química aún no se han incorporado.
Paralelamente a las clases, un equipo de especialistas en atención emocional, conformado por enfermeras, psicólogos y orientadores, inclusive la del centro, permanece en el instituto desde el pasado viernes para atender tanto a los alumnos como a los profesores que lo necesiten. Una
cobertura psicológica que, como explica esta experta –que ha trabajado en muchos proyectos con jóvenes- es fundamental para que los preadolescentes y adolescentes hablen abiertamente de sus miedos e inquietudes.
“Es importante que los jóvenes tengan espacios seguros para hablar del miedo y de sus inquietudes, del miedo creciente a lo que pueda ocurrir y sobre todo a la incertidumbre y a la situación de indefensión; por eso tienen que hablar del tema”, insiste.
A esos miedos hay que sumar los que pueden surgir
tras haberse roto en cierto modo una barrera psicológica, pues este tipo de sucesos
están más contextualizados en Estados Unidos. “Hasta ahora lo veían como algo que pasa fuera, aquí no pasa,
algo intangible, no está ligado ni a nuestra sociedad ni a nuestra cultural.
Y ahora es más cercano de lo que pensábamos”, añade.
La psicóloga también
pone el foco en la necesidad de desligar la violencia de los trastornos del espectro autista -como han hecho las propias asociaciones-, “porque ni es concluyente de manera explicativa” y puede “fomentar” perjuicios y percepciones erróneas, e incide también en la necesidad de
ahondar en el abuso y el acoso y la figura del observador en los centros educativos
para no acabar siendo “cómplices” ni “minimizar” presuntas actuaciones susceptibles de acoso escolar. “Los mismos compañeros lo hablaban, de alguna manera decían que lo tenían machacado, le quitaban el bocadillo, pero nadie del equipo académico era conocedor de lo que estaba ocurriendo”, señala.
Lo que está claro, concluye Sotelino, es que casos como estos evidencian la
“clara necesidad” de poner en marcha “programas de detección temprana" de problemas debido a la “falta de recursos y la masificación de las aulas”. “En una clase con 30 alumnos es imposible que den un trato individualizado”, sentencia.