Kenneth Brannagh, que debe buena parte de su prestigio como cineasta a sus extraordinarias adaptaciones de
Shakespeare -desde
Enrique V a
Hamlet, pasando por
Mucho ruido y pocas nueces o
Trabajos de amor perdidos-, ha recuperado buena parte de su popularidad durante los últimos años de la mano de otra célebre firma británica, la de
Agatha Christie, cuya obra ha sido convertida por el cine en un subgénero por sí misma, reinventado ahora por Brannagh como ejercicio de sofisticación.
La fórmula ha triunfado en taquilla, y prueba de ello es que tras las más que aceptables
Asesinato en el Orient Exprés y
Muerte en el nilo, ha incurrido en una tercera adaptación,
Misterio en Venecia, basada en la novela
Las manzanas, título con el que se comercializó en nuestro país la novela
Halloween´s party.
El que para este tercer acercamiento al universo de Christie, y al de uno de sus célebres investigadores,
Hércules Poirot, haya recurrido por un trabajo menos conocida, le ha permitido gozar de una mayor libertad creativa, ya que no solo modifica parte de la trama original, sino que la ubica en un escenario completamente opuesto: de un pequeño pueblo británico a la Venecia de la posguerra.
De hecho, el guion de
Michael Green -autor de las anteriores adaptaciones ya citadas- va más allá a la hora de profundizar en el personaje de Poirot -no cree en la vida eterna, ni en el más allá, y todo a cuanto se enfrenta en esta ocasión le sitúa en el terreno de la duda ante los escasos resquicios de lógica que acompañan a los acontecimientos-.
Del mismo modo, la película busca prolongar equívocos y sustentar su atractivo en un suspense en ocasiones forzado, pero certeramente aliado con el otro gran protagonista del filme, la ciudad de Venecia, magistralmente retratada por
Haris Zambarloukos y reverberada por la música de
Hildur Guðnadóttir.
No obstante, la libertad desde la que se permite fantasear queda reducida en el conjunto final a un exquisito envoltorio en el que no queda tan clara la participación o el interés de algunos de los personajes que se dan cita en la mansión en la que suceden los hechos.
Exquisito envoltorio en el que sobresale la capacidad narrativa de Brannagh -alguien que sabe contar muy bien sus historias- a partir del encuadre, las lentes -el subrayado de angulares es constante- y, por supuesto, la dirección de un plantel en el que destacan, sobre todo, ellas:
Tina Fey, Michelle Yeoh, Kelly Reilly y Camille Cottin.