Año tras año se ha confirmado que el
Festival de Jerez es el trampolín más deseado para los bailaores y bailaoras del flamenco. Desde que se fundó la muestra internacional, hace veintisiete años, las compañías más afamadas han desfilado por el Teatro Villamarta así como los nombres propios de cada etapa. El maestro
Granero, El Güito, Manolete, Angelita Gómez… forman parte de los orígenes de este certamen que ha crecido en cantidad, calidad y, sobre todo, en imagen al exterior.
Sin entrar a valorar todo lo que el Festival supone para la ciudad y su cultura, así como para la economía local, estas líneas servirán para constatar la efectiva gestión de la dirección que ha conseguido lo más ansiado para cualquier género artístico:
el cambio generacional.
No es que la juventud se haya adueñado del programa de actividades de esta edición, que dará comienzo el viernes 24 y concluirá el 11 de marzo, pero sí que puede palparse la realidad inequívoca que llega, que ha llegado para quedarse. Pisar el Villamarta es tocar el cielo para muchos de los que llevan dando zapatazos, entiéndase la expresión, por el largo y ancho del mapa geográfico mundial. La mayoría de nombres que se estrenan este año en el corazón escénico del Festival han llegado a bailar en el rincón más extraño que puedan creer.
Más que especial será la noche de
Gema Moneo, la bailaora jerezana con más proyección del momento. La de La Plazuela, sobrinísima de El Torta, Manuel y Luis Moneo, celebrará su puesta de largo en la noche del sábado, 25 de febrero, con
Atrevida. Ella, que en su día ya obtuvo el Premio Revelación del Festival con
El sonido de mis días, da un paso indiscutible en su pródiga carrera y por ello se ha creado una gran expectación al respecto.
Y no es para menos, pues Gema será quien coja el testigo de la gala inaugural que tendrá como protagonista al
Ballet Nacional de España, con
El Loco, bajo la dirección de Rubén Olmo. La presencia del BNE recuerda el prestigio del que goza el Festival, con ese equilibrio entre lo consagrado y lo incipiente.
La maestría de
Rafaela Carrasco se materializará en la noche del domingo 26, con
Nocturna, arquitectura del insomnio, que ya pasó con éxito por la pasada Bienal de Sevilla. En esta propuesta, una vez más y ya sería la tercera ocasión, confía en la dramaturgia del escritor y actor Álvaro Tato.
Más recorrido tiene ya la última creación de
Marco Flores, arcense admirado por sus cualidades dancísticas y capacidad creativa, que trae al Villamarta
Sota, Caballo y Reina. Jondismo actual. En este montaje, previsto para el 27, retrata “poéticamente el encuadre sociocultural” de 1922, cuando el Concurso de Granada, y lo conecta“con la actualidad”, ycuenta con la compañía de Claudia Cruz y Marina Valiente, dos mujeres de raza en el baile, así como con el cante de los jerezanos Quini, Manuel de la Nina y Enrique Remache, y con José Valencia como invitado.
Al día siguiente, día de Andalucía,
Paula Comitre se sube a las tablas con
Alegorías (el límite y sus mapas). Es la más joven (1994) de cuantas presentan espectáculo propioen el Villamarta, aunque ya ha participado en otras ediciones formando parte del Ballet Andaluz, con David Coria… Es 2020 su año del espaldarazo con la obtención del Premio Revelación del Festival y el Giraldillo Revelación, con Cámara abierta.
Lucía La Piñona se ha ganado estar también este año en la plaza principal del Festival. El Villamarta acogerá
Insaciable, en la noche del 1 de marzo, como continuidad a las apariciones que la bailaora afincada en Sevilla lleva haciendo en los últimos años en solitario, pero en otros espacios como en La Atalaya el año pasado. Acertada apuesta por la dirección pues, como se apuntaba al principio de estas líneas, es fundamental que haya rostros nuevos y se anime a que bailaoras tan interesantes como La Piñona sigan creciendo en aspiraciones.
Bailar no es solo bailar es lo nuevo de
Eduardo Guerrero. El bailaor gaditano ya es un clásico y raro es el año que no estrene algo en este laboratorio que en ocasiones se convierte el Festival. Aquí estrena, el 2 de marzo, mundialmente su última creación, en el que se rodeará de un equipo de vértigo como María Terremoto, Ángeles Toledano y Rosario La Tremendita, entre otros nombres.
La soleá de
Eva Yerbabuena volverá al teatro con
Re-fracción (desde mis ojos). En esta nueva mirada introspectiva de la maestra granadina a su propia esencia se concluye que Eva se rebusca una y otra vez en su lenguaje corpóreo para encontrar su identidad más pura. La dirección escénica corre a cargo de Juan Kruz Díaz de Garaio Esnaola, siendo la musical obra de Paco Jarana.
Otra de las clásicas,
María Pagés, con
Scheherezade, “obra coreográfica flamenca vitalista que habla de la inclinación de la Humanidad hacia la violencia”, reza en su libreto.
Olga Pericet traerá, el domingo 5,
La leona. Olga ha crecido también a la sombra del Festival y, hoy por hoy, es uno de esos perfiles siempre respetados y esperados por todos. Esta obra se estrenó en la pasada Bienal.
Noche destacada en el calendario la del 6 de marzo para
María José Franco. Tras haber pasado por el Villamarta con Antonio El Pipa, por ejemplo, o haber presentado más de cinco propuestas en solitario en Sala Compañía, este 2023 se estrena en el Villamarta en solitario.
Bailar para ser contará en su estreno con Luis Moneo, Dorantes y David Barrul, como invitados.
La sesión del miércoles 8 será la de
Israel Galván, que reaparece en uno de sus escenarios fetiches con
Seises. Las dos próximas jornadas:
Patricia Guerrero, con
Deliranza, y
María Moreno, con
Soleá. Las dos han presentado propuestas anteriormente en el Villamarta, y ahora llegan en un momento de madurez importante. Ambas cuentan con el respaldo de la crítica y el público, pues son dos de las referentes firmes del momento actual del baile y la danza, compaginando con pudor la tradición y lo conceptual.
Cierra la jerezana María del Mar Moreno con
Bailahora, la tradición hecha vanguardia. Quizás sea el reto más atrevido de María, aunque poco se puede decir porque no está estrenado. Andrés Marín estará como artista invitado, con lo que supone el contrapunto estético entre ambos.