El cuervo

Publicado: 23/10/2022
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Con la mirada en el invierno, es posible que el frío o la lluvia espacien sus visitas a esta atalaya blanca.
La hablilla ha pedido prestado el título al poema, tan tétrico como bello, de Poe, porque hace días que se le oye graznar en la quietud del amanecer, haciéndola jirones como el sol en las nubes. Se ha adueñado de la cruz de la espadaña trasera de la iglesia de San Francisco, donde tantas veces crotoraron las cigüeñas, erguidas, vigilando el nido bajo sus patas. Pensamos en su recolocación, reparando en un silencio largo y tan extraviado en el tiempo que roza el olvido. Por esa distancia se está paseando el cuervo y, al oírlo, pensamos a cuantos habrá estremecido este inquilino, mientras corta como aserrando nuestro silencio isleño puntualmente atropellado por el rodaje del tranvía.

Dejando a un lado la superstición, sorprende su figura sobre el gris azulado de la amanecida picoteando las cantoras de la cruz con nerviosismo, una y otra vez porque la redondez lo hace resbalar, moviéndose sin desplazarse, como una sombra chinesca. Impresiona el brillo de las plumas cuando el sol es un reflejo tras el horizonte desdibujado por las nubes. El cuervo se agita en ese espacio pequeño. Parece bailar cuando abre las alas mientras grazna. Su voz y su color quizás han forjado la leyenda que todos conocemos, rara para muchos y buena para estos seis habitantes de la torre de Londres, con las alas cortadas para asegurar su permanencia y la paz. Y si de leyenda hablamos, la antigüedad asegura que se contaban hasta sesenta y cuatro inflexiones diferentes en su voz con significado propio, entre los que se encuentran los de cercanía de su misma especie o de alerta por criaturas amenazantes. Un dato curioso y sorprendente por la sensibilidad para captarlos, porque la normalidad nos deja apreciar apenas estos dos picos en la frecuencia.

Este cuervo le ha cogido cariño a La Isla, porque ha acaparado varias veces la cruz. Posiblemente ande buscando alimento o un lugar donde anidar, ya que prefiere lugares costeros o abiertos, como saben, y La Isla le ofrece un hábitat ideal para comer y reproducirse, porque no está solo. Por la zona de Fadricas se ha visto a volar un grupo formado por menos de diez, un vuelo ágil alegrado por algún grito, quizás debido a un cortejo, ya que no parecían ser perseguidos. Un entorno muy favorable para vivir.

Con la mirada en el invierno, es posible que el frío o la lluvia espacien sus visitas a esta atalaya blanca. Aun así, la miraremos sin obsesionarnos, pero echando de menos sus graznidos a modo de reclamo y el brillo oscuro de las plumas recortando el gris azulado y único del amanecer isleño.

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