La prueba de la legitimidad

Publicado: 18/01/2023
Autor

Salvo Tierra

Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial

Escrito en el metro

Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía

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El abuso de tildar de ilegitimo todo aquello que no compartimos tiene el indudable peligro de sembrar la iracundia de terceros descerebrados
Ante su sorpresa el sol le dijo a la nube que era ilegítima porque tapaba sus rayos, que según él eran la verdadera y única forma de proceder. Un árbol del cielo y los vinagrillos que lo rodeaban reprendían a una amapola llamándola ilegítima por haber florecido en un tiempo que según ellos no le correspondía. La roja flor les apuntó que el clima le había conferido la oportunidad de adelantar su germinación y que la naturaleza así lo había permitido. Los represores acabaron amenazándola con asaltar e invadir los ecosistemas que eran propios de ella. Dos niños, uno grande y otro pequeño, juegan con un balón. El pequeñín es habilidoso y no se limita a dar zambombazos, consiguiendo al final colarle un buen número de goles al grandullón. Este no acepta la derrota y animado por sus compinches, al grito de ilegítimo, acaban por pinchar el balón del chavalito.

El abuso de tildar de ilegitimo todo aquello que no compartimos, que nos supera o que no está de acuerdo con nuestra razón o con lo que desde el egoísmo se considera justo o razonable, tiene el indudable peligro de sembrar la iracundia de terceros descerebrados y a partir de ahí todo es posible, hasta acabar con las reglas de la concordia. Si de la historia hemos de aprender, las acusaciones de ilegitimidad suele ser un bumerán que acaban por tachar como tales a aquellos que lo esgrimieron y a ensalzar la figura del que vilipendiaron. Véase si no la de aquel Fernando de Antequera, sometido a una campaña de desprestigio que parecería diseñada por Steve Bannon. Las réplicas del regente fueron unas sorprendentes campañas de comunicación, adornadas de ceremonias públicas, que le llevaron a ser apodado como el Justo y el Honesto.

Aquel balón, el equilibrio meteorológico o los comportamientos de la naturaleza son la esencia de lo legítimo en todos aquellos casos, y en consecuencia sus acciones son tan justas y honestas que sin ellas ninguno de los agrios voceros podría existir. Pero la mayor prueba para evaluar a los árbitros de la legitimidad es su capacidad de saber perder.

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