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El Puerto

La naranja mecánica

El naranja, símbolo de libertad y optimismo en otras culturas, pierde su esencia en El Puerto al impregnar el asfalto acotando espacios, privando la posibilidad de un estacionamiento libre y gratuito

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Este artículo no es una crítica cinematográfica aunque pueda parecer lo contrario, sin embargo, si que es una típica historia sin un final feliz. Para los budistas el naranja es un color mágico. Indica espiritualidad y es símbolo del desprendimiento de los bienes materiales para alcanzar la felicidad, la verdad suprema. El naranja irradia energía y positivismo, posee un gran valor terapéutico para los profesionales de la psicología. En países como Cuba, el naranja de las matriculas de algunos vehículos los es indicativo de pertenencia al cuerpo diplomático de países extranjeros, gozando de libertad de movimiento en la isla para recelo de los ciudadanos cubanos controlados por una férrea dictadura que los vigila como si de un Gran Hermano se tratase.

En los tiempos que corren, el principio de oportunidad política, es clave para tomar decisiones importantes que pueden afectar al día a día de los ciudadanos hartos de una presión fiscal que los ahoga en un ambiente de desasosiego generalizado, de desesperanza e incertidumbre constante.

El naranja, símbolo de libertad  y optimismo en otras culturas, pierde su esencia en El Puerto al impregnar el asfalto acotando espacios, privando la posibilidad de un estacionamiento libre y gratuito. La zona naranja de Valdelagrana señala a dicho sector de la ciudad como un vedado tributario para la mayoría de ciudadanos portuenses que ven, impotentes, como en el mismo mes de junio, en el que han abonado el Impuesto de Vehículos de Tracción Mecánica, surge como un espectro, de la nada, un pago obligatorio e impositivo al acudir en coche a una de las playas más señeras de la localidad.

Valdelagrana se convierte así en un punto negro para el turismo, sobretodo el nacional asiduo, que mermará sobremanera el beneficio económico de los negocios de la zona que esperaban precisamente hacer su agosto como agua de mayo en un annus horribilis para el sector en nuestra ciudad. La medida no tiene parangón en las playas de las localidades vecinas que, sin lugar a dudas, se verán beneficiadas por la afluencia de un público que evitará, a toda costa, pagar por ir a darse un baño. Hosteleros, trabajadores, varios colectivos y asociaciones, han expresado su malestar y preocupación por el impacto de una medida injusta y que repele el desarrollo turístico de nuestra población.

Tras el hundimiento del Vaporcito, el cerrojazo del hotel Monasterio de San Miguel, el deterioro y abandono del casco histórico y el horizonte anaranjado de una playa de peaje, El Puerto, es cada vez menos vendible al que viene de fuera, empujando al éxodo estival al que reside dentro.

Otra de las cuestiones que podemos plantear sería el porqué la elección de la Valdelagrana y no otra zona playera de El Puerto. La respuesta la podemos encontrar en la cantidad de bañistas que acuden debido a la fama de la playa y a la tradición turística del lugar, o a la obligatoriedad de desplazarse a ella en vehículo propio al encontrase a las afueras de la ciudad. El tamaño y volumen de sus explanadas la transforman en un sitio muy goloso para aplicar el único sentido que tiene esta medida: el afán recaudatorio y el menos cabo del poder adquisitivo del usuario que dedicará menos recursos a otros productos de ocio, un euro y veinte por una hora de estacionamiento, es igual a una tapa, un refresco o una cerveza, por lo que es matemático, cuanto más tiempo estemos en aquella costa dorada, tostándonos bajo el sol, menos consumo. La zona naranja es indirectamente proporcional

Aunque corren malos momentos siempre nos quedará el clima benigno pero, mucho me temo, que ya estén ideando grabar las horas de tumbona cobrándonos los rayos de nuestro astro rey al peso.

Hablando de morenos, sol y Valdelagrana, se me viene al pensamiento parafraseando a  Rafael Pérez, nuestro queridísimo Papi, incondicional de la playa de Levante y estando en la certeza de que no me va a cobrar por traer aquí sus palabras, termino diciendo: ¡Qué alegría de verano!, ¡ qué alegría! ¡Papiiiii....!

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