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‘La punta del iceberg’: Yo acuso

Este terrorismo laboral sin paliativos es expuesto con demasiada distancia y contención, no exentas de ciertos clichés...

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Ópera prima de David Cánovas, basada en la obra de teatro homónima de Antonio Tabares, que fue galardonada con los Premios Tirso de Molina en 2011 y Réplica en 2012. 91 minutos de metraje. Su guión lo firman el propio realizador, José Amaro Carrillo y Alberto García Martín. Su música, Antonio Hernández. Su fotografía, Juan Carlos Gómez.

La historia, en la que cualquier parecido con la realidad NO es pura coincidencia, remite a una alta ejecutiva de una multinacional enviada a una delegación de la empresa, en la que se han suicidado tres trabajadores. Su misión es elaborar un informe interno, lo más exculpatorio posible, pues la dirección confía en su eficiencia y en su dureza personal. Pero…

Tan cerca del 1 de Mayo, es un día idóneo para reseñar esta película. También para recordar que, entre 2008 y 2009, 35 empleados -as de France Télécom se quitaron la vida, como consecuencia del acoso y los abusos sufridos. Su ex presidente, Didier Lombard, fue imputado por la justicia en representación de la firma.

El director construye un drama, en clave de thriller y de factura impecable, en el que no deja títere con cabeza, sin obviedades, ni exasperación alguna. Dosifica la información poco a poco, encajando las piezas del rompecabezas, a medida que progresa la investigación, erizada de dificultades, de la protagonista, una soberbia Maribel Verdú.

Ella, despiadada y fría , en la teoría y en la práctica. Ella, forzada a mostrar su lado más duro en una jerarquía mayoritariamente masculina. Ella, impelida a dotarse de una coraza frente a los burdos comportamientos sexistas de sus, por decirlo así, “compañeros”.

Ella, leal a los directivos, pero, al tiempo, suficientemente cualificada y honesta para escuchar las insidias de todo tipo que le van desvelando quienes, en aras de un plan muy rentable, se ven impelidos-as, por procedimientos tan sucios como sumarísimos, a asumirlo todo hasta el abismo final. Y no sale indemne.

Este terrorismo laboral sin paliativos es expuesto con demasiada distancia y contención, no exentas de ciertos clichés. Pero la mirada de David Cánovas promete y es la de un cineasta a seguir. Es una mirada valiente y comprometida. Tan comprometida como la de las interpretaciones de un reparto atractivo, que lo da todo.

Así,  en sus actores y actrices, tan entregados-as, reside gran parte de su fuerza. La fragilidad desesperada de Bárbara Goenaga. El cinismo impotente de Carmelo Gómez. La impiedad de Fernando Cayo. La vulnerabilidad de Ginés García Millán. La sorpresa de Álex García…

A quien esto firma, la removió por dentro haciendo que emergiera un episodio  traumático de su adolescencia e íntimamente relacionado con su temática. Porque un hombre bueno, un vecino encantador, se arrojó al vacío del patio de luces de su bloque por problemas de acoso laboral, como se demostraría más tarde, tras coincidir unos minutos en el ascensor con ella, la última persona en verle con vida y cruzar unas palabras con él.

No hay perdón. Con todos sus defectos, una película necesaria que debe verse.

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