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Artículo Primero

Machismo de patio de recreo

Al principio hubo una gran consternación y desconcierto, quizá porque algunos no supieron distinguir entre derecho y privilegio.

Publicado: 26/11/2019 ·
21:10
· Actualizado: 26/11/2019 · 21:11
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Autor

Rafael Lara

Rafael Lara está en la Asociación Pro Derechos Humanos, antes por las libertades... o donde fuere por los derechos de las personas

Artículo Primero

Modestas reflexiones con aquel articulo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

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MACHISMO DE PATIO DE RECREO

Son como adolescentes malcriados, toman los cambios de la vida, el progreso social, el avance de los derechos, la diversidad, el compartir, como si fueran una ofensa personal a su identidad de machos galopantes.

 Y aunque la vida no se reduce a un patio de recreo de los de hace cuarenta años, ellos siguen instalados en su pretérito imperfecto porque quieren seguir siendo los reyes del mambo y porque, en el fondo, estos valientes de pacotilla tienen miedo a cualquier futuro.

Acostumbrados a usar todo el patio del colegio para que 22 de ellos jueguen al futbol mientras 400 niños y niñas tienen que apretarse en los recovecos del patio para no estorbarles. Y ¿Qué otra cosa iban a pensar esos muchachos si, cuando llegaron, el suelo ya estaba marcado para ellos consagrando su actividad como si fuera un derecho?

Pero, con el paso del tiempo, una educación más amplia y unas niñas que ya no querían ser princesas sino Khalesi, se borraron las líneas del juego, se retiraron las porterías, se empezaron a oír voces que decían, cada vez más alto, que la pelota no era solo suya (de unos cuantos niños), sino una propiedad común y que el patio estaba ahí para compartirlo y disfrutarlo entre todas y todos.

Al principio hubo una gran consternación y desconcierto, quizá porque algunos no supieron distinguir entre derecho y privilegio.

Algunos apelaron a la tradición como coartada, aduciendo que siempre había sido así y que por qué había que cambiarlo ahora. De entre ellos, una parte callaron a la espera de tiempos de retorno a una costumbre que les favorecía o simplemente miraron expectantes al porvenir.

Otros, la minoría escandalosa y resentida, entraron en cólera, zapatearon y, huraños y turbios, acusaron a las demás de ocupar su espacio y de haberles robado la pelota… Los mismos que presumían de arrinconar a las niñas, acusaron a las más activas de locas, feas y marimachos, y de privarles de su derecho histórico a usar el espacio, la ley, la costumbre y las bofetadas en exclusiva. Nadie les había explicado con suficiente claridad que cuando algo solo está al alcance de unos cuantos ese algo se llama privilegio o quizá si se lo habían explicado, pero se negaban a aceptar la realidad que les incomodaba.

La mayoría de los niños lo entendió, era tan lógico; comprobaron que compartir no está tan mal, descubrieron que incluso hay nuevas formas de disfrutar, que cambiar te abre puertas a paisajes mentales con colores que no imaginabas que existieran. Con el paso del tiempo la naturalidad de la igualdad y la diversidad se fue sembrando y creciendo en los patios de recreo.

Y así, como si no hubieran crecido, hay orcos a caballo que deciden que, si ellos no son los dueños del espacio, prefieren hacer del patio tierra quemada, amargarle la vida a los demás, sobre todo a las demás, a la consigna de “a por ellos” y en el “luego no te quejes si te pasa algo” Y ahí los tienes convertidos en partido político de ultraderecha, el de los resentidos, los matones, los indeseables: mala gente que camina, mala gente.

 

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