Diario de un jubilata
Me gustaría que alguien me dijera de forma tajante, segura, qué es lo que nos espera con la llamada gripe A.
Me gustaría que alguien me dijera de forma tajante, segura, qué es lo que nos espera con la llamada gripe A. Y es que me muevo -nos movemos- en esa argamasa conformada por la realidad, la ficción, las noticias pro y contra vacunas, las edades y lo que llaman población de riesgo. Desde quién dice que esta pandemia es una artimaña para que el personal se olvide de la crisis, hasta los agoreros que vaticinan una incidencia del cincuenta por ciento de la población. Más de tres mil millones de afectados a escala planetaria y ciento y pico mil en nuestra ciudad.
Y en estos días el personal anda sobresaltado acumulando méritos para tener derecho a la vacuna que atempere o les libere de las consecuencias de una gripe que llevamos tres meses padeciendo en los papeles. Los niños y las embarazadas primero, los jóvenes, sanitarios y luego, esa interminable lista de colaterales a la que todos aspiramos: Maestros, taxistas, fuerzas de seguridad, ejercito y aquí yo incluiría los derechos jubilatas, después una legión de meritorios, por poner: Los futbolistas, entrenadores, masajistas, árbitros, directivos y espectadores; los curas y los feligreses; las peluqueras, también sus familias y las clientas; los dentistas, sus ayudantes y los doloridos en la sala de espera… No sabe doña Trinidad Jiménez la que se le viene encima porque se juega su popularidad, cuando menos.
Ayer estuve hablando con Juan, mi ATS de cabecera, para intentar gorronearle unas dosis para mi parienta y para mí. Vano intento. Mientras, algunos presumen de conseguir vacunar a toda su extensa prole sin pasar por la receta. Lo dicen y nos lo creemos a pies juntillas. Será, posiblemente, porque en este país siempre se adujo que "quién no tiene padrinos…" y esto de la vacuna nos pone en la disyuntiva de sentirnos importantes o simplemente de seguir siendo unos pringaos, como siempre.
A estas alturas -pondría la mano- ciertos políticos, sus familias e incluso hasta amiguetes y conmilitones estarán ya vacunados, y me parece bien, aunque tengo la duda de que esté la oposición, pero eso lo sabremos pronto: según la padezcan o no. Lo que llevarán peor nuestros próceres será la abstención de estrechar manos y repartir besitos. Menos mal que las fotos y la tele no contagian porque si no quién yo me sé las pasaría canutas.
Y en estos días el personal anda sobresaltado acumulando méritos para tener derecho a la vacuna que atempere o les libere de las consecuencias de una gripe que llevamos tres meses padeciendo en los papeles. Los niños y las embarazadas primero, los jóvenes, sanitarios y luego, esa interminable lista de colaterales a la que todos aspiramos: Maestros, taxistas, fuerzas de seguridad, ejercito y aquí yo incluiría los derechos jubilatas, después una legión de meritorios, por poner: Los futbolistas, entrenadores, masajistas, árbitros, directivos y espectadores; los curas y los feligreses; las peluqueras, también sus familias y las clientas; los dentistas, sus ayudantes y los doloridos en la sala de espera… No sabe doña Trinidad Jiménez la que se le viene encima porque se juega su popularidad, cuando menos.
Ayer estuve hablando con Juan, mi ATS de cabecera, para intentar gorronearle unas dosis para mi parienta y para mí. Vano intento. Mientras, algunos presumen de conseguir vacunar a toda su extensa prole sin pasar por la receta. Lo dicen y nos lo creemos a pies juntillas. Será, posiblemente, porque en este país siempre se adujo que "quién no tiene padrinos…" y esto de la vacuna nos pone en la disyuntiva de sentirnos importantes o simplemente de seguir siendo unos pringaos, como siempre.
A estas alturas -pondría la mano- ciertos políticos, sus familias e incluso hasta amiguetes y conmilitones estarán ya vacunados, y me parece bien, aunque tengo la duda de que esté la oposición, pero eso lo sabremos pronto: según la padezcan o no. Lo que llevarán peor nuestros próceres será la abstención de estrechar manos y repartir besitos. Menos mal que las fotos y la tele no contagian porque si no quién yo me sé las pasaría canutas.
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