Los candados están de moda. Sí, me refiero a esos aparatitos aparentemente inofensivos que se colocan en las puertas, en las maletas, en los baúles…, y a los que les hacemos con los dedos clic y se cierran para tranquilidad nuestra y preocupación de los ladrones.
Dicen que el hombre es el único animal que pone candado después que le han robado. El candado es como una cadena y de hecho la palabra “candado” procede del vocablo latino “catenatus”. Perdonen, pero esto de dejar constancia del origen de las palabras es puro vicio enriquecido por tantas horas de lectura en este bendito manicomio y además no come. Gracias.
Pues bien. Parece mentira que algo tan simple como un candado se pueda poner de moda tan de repente, pero de hecho las ferreterías están agotando las últimas existencias y se forman interminables colas para conseguir uno, aunque sea pequeñito. ¿Qué está pasando? He podido leer que en los últimos años los estudiantes italianos han traído a España la moda de poner candados por todas partes. En Sevilla han dejado puestecitos en el Puente de Triana más de mil quinientos candaditos como prueba de un amor definitivo. Ni que decir tiene que en esos últimos años se han producido allí mismo más de mil quinientos divorcios, pero sorprendentemente ningún divorciado ha aparecido para abrir el suyo y metérselo allí donde la espalda pierde su honesto nombre. Lo cual da a entender que todo es relativo, incluido el amor, y que aquí lo único definitivo que hay es que el Jerez baja este año a Segunda. Ahora las autoridades los están quitando a las bravas, porque han dejado el Puente que parece una ferretería especializada; pero cuantos más candados quitan por la noche, más aparecen por la mañana.
Por otra parte la alcaldesa de Cádiz no se iba a quedar atrás y, si Sevilla tiene la Giralda, Cádiz tiene la Caleta. Cogió, viajó, observó, reflexionó y al final plantó un gran candado abierto en la Plaza España, al parecer como símbolo de la libertad, aunque los coches pierdan visibilidad. Debe entender que un candado cerrado es símbolo de opresión, cuando en realidad todo el mundo, incluida ella, lo cierra a tope como medida de seguridad. No comprendo esa manía de poner candados por todas partes. Aquí en el manicomio también pasa lo mismo. Nos los ponen hasta en las camisas de fuerza. No es normal tanta desconfianza y tanto simbolismo, aunque, como me quiten los candados, yo por lo menos me voy del tirón.
Otro tema bien distinto es hacer el candado, como vulgarmente se dice por ahí. Yo reconozco que una vez a la semana este loco de la salina hace el candado escribiendo, como me dijeron el otro día. Sin embargo mis paisanos me tienen que comprender. A mí no me funcionan bien las células grises. Con otras palabras, estoy majara del todo, volado, demente, ido, loco…; y yo lo reconozco abierta y públicamente con mi cara y con mi firma sin esconderme en anónimos como hacen otros que presumen de cuerdos. El problema se presenta cuando algunos dicen por ahí que a ellos sí les funciona muy bien el cerebro y están haciendo el candado de una manera prodigiosa. Y no pienso hablar de política, porque entonces no iba a parar de hablar de tanto oportunismo, de tanta maniobra, de tantos salvadores del universo cosmos, de tanta falta de responsabilidad, de tanto mamoneo como se traen muchos en esta democracia que los alimenta sobradamente... Lo que sí podemos hacer en La Isla es echarle el candado a muchas cosas. Por ejemplo, a la mierda que hay por todas partes, a la ambición insaciable de las zonas azules, a las lenguas de los que tiran la piedra y esconden la mano…Dentro de mis muchas limitaciones siempre me pregunto en manos de quién estamos los ciudadanos, entendiendo por ciudadanos los que solamente sirven para votar cada cuatro años.
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