Ha empezado un juicio que hará historia en España. No se sabe aún qué consecuencias tendrá en la vida española y, más especialmente, en la catalana. Hay factores emocionales que pesarán más fuertemente en la ciudadanía catalana que en el resto de España por razones obvias. Sin embargo es obligado reconocer que –dentro de lo grave e indeseable de cualquier proceso penal - por vez primera hay una ocasión única de un debate político profundo, aunque paradójicamente en una sede judicial. España entera va a tener la oportunidad de escuchar de viva voz los argumentos de las acusaciones de la fiscalía y la abogacía del Estado por la sedición o la rebelión y otros presuntos delitos y los descargos de los acusados catalanes por sentirse inocentes. No cabe duda de que significa una circunstancia pedagógica de primer orden para alejar la santificación o la demonización de los independentistas y de que la opinión pública atienda los distintos puntos de vista, algunos bien alejados del pensamiento generalizado de los españoles. El “factor humano” –novelas aparte- va a ponerse en el primer plano en este proceso televisado. Se verán hombres y mujeres que piensan distinto – de eso no hay obviamente acusación- y que tuvieron actuaciones controvertidas, de acuerdo con sus ideas, y de ahí sí se derivan sus presuntos delitos.
Como no se trata de asesinos, ni violadores, ni corruptos –dado que la acusación de malversación lo es por gastos electorales presuntamente ilegales, no por apropiación indebida- la fuerza moral de la argumentación es más política que jurídica. Los delitos son saltarse determinados artículos muy fundamentales de la Constitución y/o del Estatuto de Autonomía o de desobediencia a las sucesivas resoluciones del Tribunal Constitucional. La visión del más importante de los acusados, Oriol Junqueras, que compareció ayer, es diametralmente distante y se resume en dos afirmaciones: "Se me acusa por mis ideas y no por mis hechos. Me considero un preso político" y "Nada de lo que hemos hecho es delito. Votar en un referéndum no es delito, impedirlo por la fuerza sí lo es".
Frente a esa indudable claridad, -y cuya culpabilidad decidirá el tribunal- el expresidente Puigdemont demuestra una dimensión moral aborrecible hablando en Berlín de los detenidos: “Sean fuertes y confíen, miren la actitud de nuestros líderes, son hombres valientes que están defendiendo nuestro futuro, están dando ejemplo”. Insuperable en su desfachatez.