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El sexo de los libros

Valle-Inclán esotérico: 'La lámpara maravillosa'

Por lo tanto, de 'La lámpara maravillosa' cabe referir que es un tratado hermético canónicamente ejemplar de la primera a la última página.

Publicado: 03/10/2018 ·
11:12
· Actualizado: 03/10/2018 · 11:20
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Autor

Carlos Manuel López

Carlos Manuel López Ramos es escritor y crítico literario. Consejero Asesor de la Fundación Caballero Bonald

El sexo de los libros

El blog 'El sexo de los libros' está dedicado a la literatura desde un punto de vista esencialmente filosófico e ideológico

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En la literatura española hay un documento específicamente ocultista de extraordinario valor histórico y estético, como es La lámpara maravillosa de Ramón del Valle-Inclán (primera edición en 1916; segunda edición con grabados de Moya del Pino en 1922), un texto sobre el que tantos y tan dispares juicios se han vertido, olvidándose con frecuencia que el autor era gallego y que, como en ningún otro paisano suyo, se daba en él la famosa característica de que, al estar en una escalera, no podía saberse si subía o bajaba; pero, tampoco hay que perder de vista el hecho de que, como escritor,  Valle poseía una aquilatada profesionalidad; es decir, todos sus libros, aparte de artísticos, están muy bien trabajados, en todos los géneros. Por lo tanto, de La lámpara maravillosa cabe referir que es un tratado hermético canónicamente  ejemplar de la primera a la última página, lo cual es indicativo de un conocimiento directo y extendido de las tradiciones ocultas; en primer lugar por haber sido un lector hambriento de libros sobre la Sabiduría Secreta, y en segundo lugar por sus lazos personales con teósofos españoles de su tiempo, como Roso de Luna, Rafael Urbano o José Manuel Otero Acevedo; de ahí que La lámpara maravillosa ofrezca una bien pensada coherencia en sus contenidos, una estructura orgánica impecable y, cómo no, la habitual excelencia del estilo de Valle-Inclán. Sin embargo, procede registrar que, en sus delimitaciones técnicas, el sincretismo hermético de la obra es confuso. Habérselas con un autor tan genialmente contradictorio, autoficticio, ambigüamente proteico y de tan acerada retranca, hace aconsejable tentarse la ropa antes de formular conclusiones.

Es muy difícil tener una idea cabal sobre si Valle creía bona fide en el ocultismo, inventario que causó sensación en las filas modernistas, dotado de la suficiente vistosidad para persuadir la devoción de poetas y narradores. Fue la suya una afección temprana por todo lo sibilino: reencarnación, teosofía, espiritismo, oniromancia, hipnotismo, viaje astral, visión a distancia, etc. Según María Isabel González Gil, la etapa de espiritualidad contemplativa (quietista) de Valle transcurre entre 1907 y 1917; en ella la transformación interior del artista es esencial para lograr sus objetivos, transformación que pasa indeclinablemente por la consecución del ideal de la concordia de los opuestos o coincidentia oppositorum. Hay críticos —Virginia Milner Garlitz, Carol S. Maier, Carlos González Amigó— que, tal vez en un exceso hermenéutico, entenderán el caldo esotérico como fundamento neurálgico de toda la producción de Valle-Inclán. Son bastantes las obras de Valle en las que interviene lo mágico: Voces de gesta, Cara de plata, La cabeza del dragón, Romance de lobos, Águila de blasón, Divinas palabras, Las galas del difunto, El embrujado, Los cuernos de don Friolera, Ligazón o las Sonatas. Pero en estas obras la magia tiene básicamente una asignación subalterna (folclore, sorpresa, hipérbole) respecto a un entramado significativo de mayor enjundia. La lámpara maravillosa consiste en un manifiesto estético en el que la condición del poeta (“artista peregrino”) se iguala a la del místico en su ascenso hacia la pura luz, y la maestría de Valle-Inclán estriba en haber condensado un lenguaje preceptivamente teosófico y literariamente, poéticamente, intachable, sin prescindir, desde luego, de un chispazo de parodia, como ese subtítulo de Ejercicios espirituales. Valle es un escritor que usa provisiones ocultistas en algunas de sus obras; pero en ningún caso es un ocultista metido a  literato. Sin embargo, la textura esotérica en La lámpara maravillosa ha propiciado estudios exegéticos donde más de un analista ha dado rienda suelta al gancho de la erudición sobre el orbe hermético, realizando lecturas un tanto inmoderadas de los escritos de Valle-Inclán, de quien me quedo con sus palabras sin hacer preguntas indiscretas: “Cuando nos asomamos más allá de los sentidos, experimentamos la angustia de ser mudos. Las palabras son engendradas por nuestra vida de todas las horas, donde las imágenes cambian como las estrellas en las largas rutas del mar, y nos parece que un estado del alma exento de mudanza, finaría en el acto de ser. Y, sin embargo, ésta es la ilusión fundamental del éxtasis, momento único en que las horas no fluyen, y el antes y el después se juntan como las manos para rezar. Beatitud y quietud, donde el goce y el dolor se hermanan, porque todas las cosas al definir su belleza se despojan de la idea del Tiempo.” Este es el idioma de una estética (profana) a lo divino, que tiene su tradición en la literatura española, y aquí es vehiculada a través de un quietismo intercultural e interdisciplinar sin quebranto de las formas modernistas: “Bajo las tintas del ocaso estaba la tarde quieta, dormida, eterna. El color y la forma de las nubes eran la evocación de los momentos anteriores, ninguno había pasado, todos se sumaban en el último. Me sentí anegado en la onda de un deleite fragante como las rosas, y gustoso como hidromiel. Mi vida y todas las vidas se descomponían por volver a su primer instante, depuradas del Tiempo. Tenía el campo una gracia matutina y bautismal. Como las nubes del ocaso, el racimo que maduraba en el parral de mi huerto mostraba en el azul profundo de sus granos maduros, la sucesión de sus metamorfosis, hasta el verde agraz. Me conmovió un gran sollozo, y en la estrella que nacía vi el rostro de Dios.”

Así la lengua poética pertenece al firmamento del prodigio: “El verbo de los poetas, como el de los santos, no requiere descifrarse por gramática para mover las almas. Su esencia es el milagro musical.” Valle-Inclán fue cambiando  respecto a la actitud quietista y atenuando  paulatinamente su relación con el ocultismo, la cual se hizo ambivalente y, más tarde, desmitificadora a partir de Divinas palabras (1919) y, sobre todo, de Luces de Bohemia (1920 por entregas y 1924 versión ampliada y definitiva). En la novela Tirano Banderas (1926), los métodos esotéricos son satirizados en el personaje del doctor Polaco, “aquel tuno nigromante, con una barraca en la feria, (...) muy admirado en el Congal de Cucarachita”.         

 

  

 

 

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