Hace unos días, caminando por la Gran Vía y al pasar por la esquina de la madrileña calle de Hortaleza, recordé que había visto en televisión que era...
Hace unos días, caminando por la Gran Vía y al pasar por la esquina de la madrileña calle de Hortaleza, recordé que había visto en televisión que era en esa vía donde se ubica la Iglesia de San Antón, gestionada por la asociación Mensajeros de la Paz y en la que desarrolla su labor el conocido Padre Ángel. El caso es que la curiosidad me hizo doblar la esquina y encaminar mis pasos en dirección a San Antón. Nada más llegar a la Iglesia de la Misericordia, San Antón, lo primero que me sorprendió fue la cartela donde se anunciaba que estaba abierta las 24 horas del día, ofreciéndose al lector como que era la casa de todos. Les garantizo que me impresionó pues nunca vi ese moderno concepto de templo. Había cambiadores para los bebés, wifi libre para quien quisiera utilizarlo, era posible recargar los móviles… Ofrecían al que lo precisara agua, un café caliente… vi que daban barras de pan a quien lo necesitara… todo ello dentro de aquella iglesia, en la que es posible incluso acceder con las mascotas. La ONG Mensajeros de la Paz, en este templo madrileño de San Antón, hacen realidad las palabras del Papa Francisco: “Una iglesia es un lugar abierto de día y de noche, una casa de acogida, una isla de misericordia, una casa solidaria, un pequeño hospital de campaña”. Es difícil transmitir con palabras lo que vi y lo que sentí. Unas amplias sillas en las que estaban acomodadas personas inmigrantes, posiblemente muchas de ellas sin hogar. Allí descansaban cómodamente, durmiendo algunos, mientras un sacerdote celebraba la misa sin que nadie molestara a nadie. Vi muchas personas cuyo aspecto físico y vestimenta delataban que tenían necesidades materiales y espirituales. También personas de aspecto normalizado, que asistían a misa como si estuvieran en una iglesia cualquiera de cualquier otro punto de nuestro país. Allí convivían los que todo lo tenemos con los que nada o casi nada tienen, en un mismo espacio, en armonía, como si todos fueran una sola cosa. El pasado Jueves Santo resonaban con fuerza en mi cabeza, ya por la noche, las palabras de un canto religioso muy de ese día que dice: “Sigue habiendo tantos pies que lavar, sigue habiendo tanta oscuridad que iluminar, tantas cadenas que romper…” y mi mente viajaba hacia la necesaria labor realizada en esa Iglesia de San Antón. Debo confesar que salí impactado. Pude ver una Iglesia siempre abierta a todos, volcada en los más necesitados, una Iglesia que desde dentro se abría al mundo exterior y actual. Un lugar en el que se reparan corazones y se sanan almas. Gracias por esa encomiable labor. Feliz Pascua de Resurrección.