Esta sociedad nuestra en la que, voluntaria o involuntariamente, estamos obligados a dar tumbos –cual peleles de Goya– por el mediático huracán de la vorágine consumista, cada vez anda más manipulada por los dioses del paganismo. Si no sigues el compulsivo ritmo de compra del vecino estás fuera de juego. Y para ello, qué mejor instrumento que la publicidad, la cual siguiendo la burda moda que nos azota a diestro y, sobre todo, a siniestro se ha convertido en una de las mejores armas para la alineación materialista del ciudadano.
A mi mente, vienen aquellos anuncios de nuestra infancia en los que la publicidad, obviamente cumpliendo con su principal objetivo: crear la necesidad en el potencial consumidor, era ingeniosa, creativa y doméstica. No habría que hacer un gran esfuerzo, para tararear la musiquilla de muchos de los productos, sobre todo alimenticios, que hacían las delicias de la chiquillería del momento.
Actualmente, no es que las simplonas melodías que acompañan a los spots –hasta la actual denominación de los antiguos anuncios es ridícula– tanto en la televisión como en la radio no sean pegadizas, que lo son, pero al igual que alguno de los temas de ese cantante con nombre de marsupial australiano, representante de eso que los cráneos pensantes han denominado “agro-pop”, su confección parece más propia de mentes infantiles en horas de recreo que de técnicos publicistas.
Y es que la cultura del “todo vale” tan, lamentablemente, arraigada en nuestros días, deja el campo expedito para que los anunciantes nos contaminen con tanta zafiedad.
Pero, a esta publicidad –casi unánime– carente de creatividad e imaginación se une el engaño (no hay peor mentira que las medias verdades) en una inmensa mayoría de los productos que se publicitan.
Y es que nos incitan a contratar servicios (productos financieros, menaje para el hogar, seguros, telefonía, Internet, etc.) sin necesidad de hacerlo presencialmente –maravillosa forma de cargarnos más puestos de trabajo y engordar la crisis– pudiendo hacerlo a través de Internet o por teléfono, con eso evitamos la molesta relación del tú a tú con el semejante y de paso evitamos por el momento el contagio de la gripe A además, resulta más divertido pues desde que te intereses por la contratación de dicho producto hasta que efectivamente lo contratas, habrás hablado con varios eventuales con acento extranjero. Y me pregunto yo, ¿si se orienta el consumo, mayoritariamente, para los españoles y cada vez –por cuestión de costes– hay menos trabajo para nosotros, quién acabará consumiendo tan formidables productos? Eso sí, ignorando los principios básicos de la publicidad, que se hayan perfectamente regulados por la legislación mercantil en nuestro país, trataran de darte gato por liebre.
Unos te dirán que no te cobran comisiones de mantenimiento de cuentas y que te dan unos intereses cuantiosísimos por tus ahorros… de la estabilidad de la entidad financiera y de los activos mejor no hacer mención, otros que por un precio mínimo tendrás un seguro a todo riesgo para el vehículo… claro ni te hablan del modelo del que se trata ni te cuentan nada de la enorme franquicia que lleva anexa, etc. Pero, el mejor es aquel que te ofrece un cuerpo diez, comiendo de todo y sin practicar ejercicio físico alguno, con sólo ponerte una fajita que desprende unas maravillosas ondas.
Pues nada, a seguir consumiendo, que es la base de la economía, pero con sentido común, que nadie vende duros a tres pesetas.
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