Hoy ha sucedido algo que sucede todos los días, a diferencia de que me ha dado por pensar en ello. He subido por Santo Entierro y, en el cruce con José Ramos Borrero, ya sabéis, camión que viene de frente, moto que quiere cruzar a la derecha y moto que quiere cruzar, a la izquierda; eso es un lío tremendo y uno a veces no recuerda con exactitud el orden de preferencia del código de circulación.
Pero no pasa nada, porque la voluntad de los cuatro conductores que habíamos allí era seguir camino sin ningún percance, de modo que todos aflojamos un poco, a la vez, no fuera a ser que alguien se equivocara. El camión no señaló nada, así que pasó a mi lado. El tipo de la moto de la derecha pensó que yo le estaba cediendo el paso a él y me dio las gracias con la mano; cruzó sin corresponderle (creo) y yo le dejé. El tipo de la moto de la derecha me miró y asintió como diciendo «lo mejor que podías hacer».
Entonces yo torcí a la izquierda, hacia mi casa. Si no hubiéramos conocido norma alguna de circulación creo que habría sucedido lo mismo, porque nos miramos a los ojos y salimos de la situación basándonos en nuestra buena voluntad mutua y en el sentido común, en el pacto que los humanos nos decimos entre nosotros de que no estamos ahí para hacernos daño. Eso es la anarquía, por eso soy anarquista de corazón y por eso mismo sé que la anarquía es irrealizable.
La anarquía implica que la gente nunca pierde la libertad de confirmar los pactos que los unen. En algunas vertientes se basa en ninguna estructura y en otras se basa en una estructura mínima, una Estado mínimo, que nunca tendrá el poder suficiente para acabar pervirtiendo esta filosofía de vida, pero con los recursos bastantes para facilitarla asegurando unos mínimos: hacen falta carreteras, ¿verdad? Pues eso. Sé que la anarquía es irrealizable porque se trata del sistema de relaciones humanas más frágil ante los cambios. Solo podría darse en un mundo en el que la anarquía fuese global. En el mismo momento en que la primera agrupación humana decidiese hacer un Estado más fuerte, ceder más libertad a cambio de mayor seguridad, cuando se conformase el primer ejército regular y no una agrupación de banderizos unidos por una eventualidad común, entonces ese Estado se comería al resto, o el resto se vería obligado a fortalecerse cediendo más libertad, en busca de seguridad, a un ejército regular, a un Estado fuerte.
Visualizar esto es muy fácil. Imaginad un enorme parque donde un grupo de niños juega a un juego de pelota porque así lo han pactado, con las reglas pactadas. En otra parte, unos niños construyen una casa en un árbol porque así lo han decidido. En otro lugar, cuentan historias de miedo. Entonces llega una pandilla grande con el propósito de usar el parque entero para jugar un gran partido de fútbol. Los tres grupos iniciales de niños, llegados a este punto, van a perder su libertad, sí o sí. Van a tener que ceder el parque o van a tener que dejar de hacer lo que querían hacer para unirse y defenderse.
Por todo esto que digo, ya que la anarquía es ahora irrealizable, prefiero un Estado que sea esclavo de sus ciudadanos y que sea proteccionista con ellos porque, si el Estado no está ahí para protegerte, bueno, ¿para qué está, entonces? ¿Para que los más poderosos se aseguren de que los menos poderosos no podrán elegir las normas de convivencia? Yo renuncio a la anarquía porque prefiero un Estado proteccionista a la ley del más fuerte, pero dejémonos de medias tintas: ahora mismo es así, la ley del más fuerte, el camionero pitando y amenazando para que le dejan pasar antes, los matones invadiendo el parque mientras los niños que jugaban en primer lugar ya no pueden defenderse porque están rodeados de leyes que ellos sí están obligados a cumplir. Tramposos que han comprado el pacto. El sistema secuestrado por las élites que tenemos ahora mismo no es el mal menor, os lo aseguro.
A veces, de hecho, es el mal a secas.