El próximo 13 de julio se cumplirá el vigésimo aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal del Partido Popular en Ermua, a manos ETA. He tenido la agridulce sensación de mirar a los ojos a personas con el peso de la carga traumática provocada por el asesinato de algún miembro de su familia. Juan José Cortés, padre de Mariluz Cortés, Antonio del Castillo, padre de Marta del Castillo, Ana Iribar, viuda de Gregorio Ordoñez o Marimar Blanco, hermana de Miguel Ángel Blanco, han sufrido la peor de las condenas en vida inducidas por pederastas, delincuentes chulescos y terroristas. Pero si alguna de ellas tiene una carga extra es la de Marimar, mirada que lleva impregnada la carga de la historia. Esa que el pueblo español escribió en aquellos días de julio de 1997 y debe y está obligada a mantener con el compromiso de no olvidarla. Miguel Ángel entonces representaba lo que muchos jóvenes del momento eran, y hoy han caído en el olvido por el rodillo de ese cóctel que provoca la política de baja altura y los intereses propios. Jóvenes que, muchos, huyeron dejando familia y arraigo en el camino y a más de un ser querido incapaz de aguantar la presión del sufrimiento sólo por hecho de pensar que se le marchaba lejos un hijo porque cuatro ratas no les permitían vivir en paz en su pueblo de toda la vida. O jóvenes que, representando orgullosos sus ideales y luchando para mantener la convivencia y la normalidad entre todos, aún a sabiendas que era como pasar la mano en sentido contrario al de los pinchos de un erizo, apenas conocían el casco viejo de su ciudad porque la amenaza de las hienas de la ideología radical se organizaba para que no pudieran frecuentarlo. Los mismos jóvenes que intentaban defender los derechos de los universitarios contra el pensamiento único que se imponían en las facultades del País Vasco, siendo conscientes que los académicos adoctrinados los someterían a severos correctivos académicos. Veinte años después el escenario, por fortuna, no se tiñe de sangre, ni de bombas, ni de secuestros, etc. Pero ese pensamiento único se ha instalado en las instituciones aprovechando las reglas del juego para imponer las suyas y jugar cuando quieran y a lo que quieran. Veinte años después, si la clase política mayoritaria sigue optando a ser moderada en lugar de práctica, el capítulo de Miguel Ángel Blanco puede que se convierta en un futuro, más que en un hito histórico, en un recuerdo vergonzante. Y para que no ocurra es imprescindible empuñar nuestras armas democráticas y mantener en un constate recuerdo a quienes se quedaron en el camino y los que pelearon por la convivencia por encima de los ideales, con la palabra frente a las balas. Mi humilde reconocimiento a esos “soldados” de paz Diego, Luis, Ramón, Vanessa, Arancha, Borja, Manu, …
El trampantojo
Cuatro letras
Miguel Ángel entonces representaba lo que muchos jóvenes del momento eran, y hoy han caído en el olvido
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