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De vuelta a Ítaca

Que hagan huelga pero no me molesten

Hace tan solo unos días que me llevé un susto terrible cuando, yendo al trabajo de buena mañana...

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Hace tan solo unos días que me llevé un susto terrible cuando, yendo al trabajo de buena mañana, un conductor arrolló a un ciclista al que hizo volar por los aires ante el espanto de los allí presentes. El chico que llevaba la bicicleta cometió una imprudencia que pudo costarle muy cara, pero afortunadamente y pese a lo aparatoso del atropello, resulto totalmente ileso del accidente. Sin embargo, antes de saber que esto era así, el conductor del vehículo salió del coche hecho una fiera y señalando los daños que el golpe había producido en el capó, empezó a preguntar que quién iba a pagarle el arreglo de su coche. Indignado, reproché a ese hombre el que antes de conocer siquiera si el chico estaba bien se preocupase por unas abolladuras sin importancia, pero cuál fue mi sorpresa cuando entre los curiosos allí congregados, no fueron pocos los que salieron a defender la mezquindad de aquel tipo.

No podía creer lo que estaba viendo. Y menos en una ciudad tan solidaria  como la nuestra. Pero así era. Y es que por mucho que los sevillanos nos demos golpes de pecho creyendo tener una cultura cercana y amistosa, la verdad es que también hemos caído en las redes de un sistema que hace del egoísmo y el individualismo su bandera para sobrevivir. Y es que,  como dijo un clásico, este modelo económico en el que vivimos no ha dejado en pie más relación entre las personas que el simple interés, y tal vez por eso la empatía sea una cualidad poco desarrollada hoy frente al "ándeme yo caliente y ríase la gente" del que ya nos advertía don Luis de Góngora allá por el siglo XVII.

No hace falta más que echar un vistazo a nuestro alrededor para darnos cuenta de esta realidad. Y por ello, ahora que la conflictividad laboral está en un nuevo punto álgido por la ofensiva que han lanzado algunos contra los derechos conquistados por los trabajadores, hemos descubierto que el derecho a huelga nos molesta. Y es que aunque podamos comprender las razones que empujan a un colectivo a luchar por sus derechos,  no estamos dispuestos a que eso nos suponga ningún inconveniente. El que quiera hacer huelga que la haga, que para eso la Constitución dice no sé qué al respecto…pero a mí que no me molesten.

Y así si los taxistas luchan por defender su trabajo frente a los abusos y competencia desleal de dos multinacionales que tributan fuera, todo nos parece correcto hasta que hacen huelga. Porque entonces ese día no podremos coger un taxi, o tendremos que tragarnos una manifestación o corte de tráfico que pueden fastidiarnos el día. Y si los estibadores paralizan los puertos, los controladores aéreos obligan a cancelar vuelos, los profesores cierran institutos  o los barrenderos dejan de limpiar las calles, yo me veré afectado, ¿y por qué he de ser yo el que asuma las consecuencias de las aventuras revolucionarias de otros?
Lamentablemente parece que hemos olvidado la importancia que tiene para los trabajadores la solidaridad.

Pero aunque muchos no lo sepan, esa incomprensión hacia las luchas de los otros nos dejan huérfanos ante los abusos del poder económico. Un poder cada vez más brutal y que amenaza con destruir todo lo que siglos de lucha nos costó conseguir. Yo, por eso mismo, procuro saber siempre dónde está mi sitio, y suelo situarme del lado de los míos en cada conflicto. Porque la única ventaja que tenemos frente a ellos es que somos más, y sólo unidos seremos invencibles. Aunque ahora todo eso nos suene a utopías del pasado que, sin embargo, no dejan de ser verdad.

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