Este viernes se dieron a conocer los datos del paro, a los que se les suele dar más importancia de la que tienen, ya que la cuestión no reside tanto en el número de demandantes de empleo como en el número de personas empleadas, que son las que contribuyen al mantenimiento de la Seguridad Social. Tampoco conviene acercarse a las lecturas de los “falsos positivos” de Antonio Fernández, que en una forma poco ortodoxa por desdramatizar -más bien un atajo al lodazal- dijo que en Andalucía había muchos parados porque los familiares del cabeza de familia se apuntaban por “solidaridad” con éste, pero si queremos hayar indicios sobre una situación más o menos real del mercado laboral no la encontraremos en la progresiva reducción del desempleo, como se viene produciendo desde la primavera de 2013, sino en su capacidad para que cada bajada sea inversamente proporcional a la del aumento de afiliados, y ahí seguimos sin el músculo suficiente.
Se puede apreciar en la evolución interanual del desempleo y la afiliación en la provincia. En este momento hay casi 13.000 demandantes de empleo menos que hace un año; sin embargo sólo hay unos nueve mil empleados más que entonces. Es más, en favor de los afiliados hay que tener en cuenta el creciente papel de los trabajadores por cuenta propia, que han encontrado en el autoempleo la única vía de supervivencia ante las dificultades del propio mercado de trabajo, lo que también equivale a reducir las garantías de éxito de la operación y a poner en evidencia la falta de empresas de la que adolece nuestra provincia: menos lanzaderas de empleo, que parece esto Cabo Cañaveral, y más facilidades a la instalación de grandes empresas que impulsen la actividad económica e industrial; ése es el músculo que necesitamos.
Lo cierto es que las lecturas que se hacen de los resultados de cada mes siguen impregnadas por la desolación causada por los años más duros de la crisis; en realidad, suba o baje el paro, dan la sensación de responder a una plantilla, a un modelo de respuesta, al que sólo se le cambia el nombre del mes y la cifra correspondiente. Todo lo demás permanece igual: los mensajes catastrofistas de uno -sindicatos mayoritarios-, los contenidos del otro -el gobierno autonómico- y los triunfalistas del único, el que está en el gobierno, por supuesto.
El dato del paro convertido en excusa perfecta para la confrontación, o para una convención de magos funestos, tan rápidos en desenfundar sus gripadas varitas mágicas como en olvidar que lo lógico sería ir detrás de un acuerdo que aclare las opciones de futuro para los miles de nombres y apellidos que se ocultan detrás de cada estadística. Al final, tantos teóricos para tan poca práctica. Como escribía hace poco el maestro Manuel Alcántara, “estamos revisándolo todo menos nuestra conducta. Somos jueces y parte del delito”.
Hay también mucha teoría escrita acerca del futuro de la autopista de peaje AP-4 entre Sevilla y Jerez, desde la que pide su rescate inmediato, hasta la que reclama el desdoble completo de la Nacional entre Dos Hermanas y Jerez, pasando por la más sencilla: su fulminación una vez que acabe el contrato de concesión en 2019. Esta semana ha aparecido una cuarta para generar más incertidumbre: no renovar el contrato en 2019, pero analizar otras posibles vías de explotación a partir de entonces.
El causante del inesperado debate ha sido el nuevo ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, al que el PSOE ha exigido de inmediato una explicación, al tiempo que el PP aludía a interpretaciones interesadas que desviaban la atención del asunto principal: el final de la concesión. En cualquier caso, el ministro dijo lo que dijo; no hay resquicios para la interpretación, y en ese supuesto es en el que se han instalado las voces socialistas.
En lo que sí parece haber resquicios es en la contextualización del anuncio; al menos, es a lo que se aferra el PP: cuando de la Serna habló de futuras vías de explotación ya no se refería a la AP-4, sino a otra autopista de peaje, en virtud de la pregunta parlamentaria que se le había formulado. En ese caso, ya nos quedamos más tranquilos... Hay confusiones que las carga el diablo, y a los ciudadanos, ante este tipo de disputas, termina pasándoles lo mismo que a Belcebú, que ya saben más por viejos que por demonios.