Jean-Claude Grumberg (1939) es un autor francés de enorme éxito, al que Josep María Flotats, que ahora protagoniza en el teatro Español de Madrid la obra de Grumberg ‘Serlo o no’, ha definido como “el dramaturgo trágico más cómico de su generación”. El padre y el abuelo de Grumberg murieron deportados en campos de concentración nazis. Este dramaturgo, hasta ahora inédito en España, ha escrito 35 obras teatrales, y en casi todas ellas, de un modo u otro, trata la cuestión judía.
Grumberg escribió en 2013 ‘Serlo o no-Para acabar con la cuestión judía’ pensando en que la interpretara Josep María Flotats. Ambos son amigos desde hace más de 30 años, cuando trabajaban como actores en París. Luego Grumberg giró hacia la escritura. ‘Serlo o no’, hay que decirlo rápidamente, es una obra sensacional, de una ironía suave e inteligente, de un dolor elegante -el dolor tiene y debe ser siempre elegante-, de un humor intelectual. Pero bajo el subsuelo de comedia, se trata de una pieza durísima, de una reivindicación descarnada al no olvido del Holocausto, de los padecimientos milenarios del pueblo judío. Flotats ha añadido al texto original de Grumberg un Epílogo desgarrador, basado en dos libros de memorias de Grumberg, que este actor impar interpreta sentado en las escalerillas de acceso al escenario, junto al público, rota la cuarta pared, como una confesión sin teatralidad, pero llena, sin embargo, de teatro.
‘Serlo o no’ enfrenta a dos vecinos en una escalera, uno poco leído y poco viajado, como diría Josep Pla, y el otro (Flotats) un judío culto, irónico y tolerante. Se trata de teatro político y de ideas con un perfil de comedia al que llegan algunos ecos de Samuel Beckett, de aquel maravilloso teatro del absurdo al que en España, en su día, cerramos las puertas a cal y canto con una histórica falta de lucidez y madurez cultural.
“-¿Ha vuelto Hitler?. –Nunca está demasiado lejos”, se dice en la obra. ‘Serlo o no’ advierte del peligro del Hitler que puede acechar desde muy cerca sin que seamos conscientes de ello. Una obra sublime que, como advierte Mauro Armiño, traductor del texto, en el prólogo, “el miedo al otro engendra monstruos”.