¿Por qué hay algo en lugar de nada? ¿Por qué apareció el Universo? Ninguna ley física que se deduzca de la observación permite responder a estas preguntas. Sin embargo, las mismas leyes nos autorizan a describir con precisión lo que sucedió al comienzo, entendiendo por comienzo 10 elevado a menos 43 segundos después del tiempo cero, el llamado muro de Planck. En ese tiempo lejano, hace 14 mil millones de años, todo lo que contiene el Universo (planetas, soles y miles de millones de galaxias) estaba concentrado en una pequeñez inimaginable, apenas una chispa en el vacío. En ese tiempo increíblemente pequeño, el Universo entero, y todo lo que será más tarde, está contenido en una esfera de 10 elevado a la menos 33 centímetros, es decir, miles y miles y miles de millones de veces más pequeña que el núcleo de un átomo.
¿Sería posible que esta increíble complejidad fuera fruto del azar? Igor Bogdanov explica que se han programado computadoras “para producir azar”. Y que esos ordenadores deberían estar calculando durante miles y miles de millones de años, es decir, durante un tiempo casi infinito, antes de que pudiese aparecer una combinación de números comparable a la que ha permitido la eclosión del Universo y de la vida.
Por ello, observa Jean Guitton, a los conceptos de espacio, tiempo y causalidad es preciso añadir un principio de sincronización. Porque en el origen del Universo no hay nada aleatorio, no hay azar, sino un grado de orden infinitamente superior a todo lo que podemos imaginar. Orden supremo que regula las constantes físicas, las condiciones iniciales, el comportamiento de los átomos y la vida de las estrellas. Un principio poderoso, libre, infinito, misterioso, implícito, experimentable, eterno y necesario, que está ahí, detrás de los fenómenos, muy por encima del Universo.