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Lo que queda del día

Hércules Poirot en el PCTA

Es cierto, no tenemos cadáver, en todo caso una institución moribunda, pero sí el denodado empeño de unos y otros por apuntar a culpables y sospechosos, y la necesidad de que algunos prevalezcan sobre los demás

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La  renovada afición por la novela de misterio ha llegado a tal extremo que muchos editores y herederos de reconocidos autores han apostado por resucitar a personajes legendarios con el fin de postergar su fama y, por supuesto, sus cuentas corrientes. Uno de los casos más recientes es el de Phillip Marlowe. El detective creado por Raymond Chandler se ha visto envuelto en un nuevo caso, La rubia de ojos negros, gracias al talento de John Banville y, especialmente, al de su seudónimo, Benjamin Black. El agente Jason Bourne sigue participando en misiones secretas bajo la firma de su creador, Robert Ludlum, pese a que éste lleva muerto trece años, y Sophie Hannah ha sido la elegida por los descendientes de Agatha Christie para que devuelva a la vida literaria a Hércules Poirot en Los crímenes del monograma.    

En Jerez, por cierto, hemos presenciado esta semana una de esas polémicas que agradecerían la intervención del detective belga, ahora que han decidido ponerlo de nuevo en circulación. Lo ocurrido en torno al PCTA tiene mucho de Asesinato en el Orient Express. Es cierto, no tenemos cadáver, en todo caso una institución moribunda, pero sí el denodado empeño, desde diferentes ámbitos, por apuntar a culpables y sospechosos, y la necesidad de unos y otros por lograr que prevalezcan unos por encima de los demás.

Poirot, en todo caso, entendía de psicología, no de política, y tal vez sea demasiado sofisticado como para resumir la situación con el coloquial “entre todos lo mataron, y él solito se murió”, que es lo que se nos antoja de momento más oportuno, pero tampoco pondría reparos a la hora de revelar ciertas evidencias hasta provocar el silencio o el sonrojo.


Lo ha hecho el portavoz municipal de Izquierda Unida, Joaquín del Valle, en una recomendable  -en lo que se ciñe a los hechos-  tribuna a tumba abierta en la que refresca memorias y reparte sin manos -incluida la Junta del bipartito- para reconstruir la vida, obra, milagros y miserias en torno al PTA, al que, él sí, da por muerto, desgraciadamente.

Del Valle se remonta hasta 2004, a la creación de la sociedad CAI-Jerez, impulsada por el primer gobierno de María José García-Pelayo, y recuerda la “contribución” del PSOE a “erosionarlo” hasta que en 2007, ya en el Gobierno, liquidó dicha sociedad para crear el PTA con la entrada de la Junta en el accionariado. El portavoz municipal habla de la “confluencia cósmica de los gobiernos de Pilar Sánchez y Zapatero” y de la llegada de ayudas convertidas en un “caramelo envenenado: la devolución ya la harían otros y lo que primaba en ese momento era la foto”. El resumen de la etapa socialista en el PTA concluye con una pregunta con la que hasta Antonio Saldaña debe estar de acuerdo: “¿Quién con dos dedos de frente daría unos fondos a devolver a una sociedad con un capital que rondaba los 100.000 euros y con evidente incapacidad para generar ingresos?”.

Por lo que respecta a la nueva etapa del PP, Del Valle cita tres hechos determinantes: la destitución de los consejeros de la oposición de la junta de accionistas; el despido e “imposición” de un nuevo gerente, que ha derivado definitivamente en las desavenencias entre Ayuntamiento y Junta, entre PP y PSOE, en “batallitas partidistas”; y la ausencia de iniciativas en estos tres años en favor del sector agroalimentario.

Su análisis finaliza con sus propuestas para que el PTA hubiera tenido futuro, u otro presente diferente al actual, que es donde pueden entrar en confrontación sus argumentos con los de los demás partidos, pero también donde sobresale la derrota, el darlo todo por perdido, el “entre todos lo mataron...”, la “carta de defunción”, no sé si con cierto sentido de autoexculpación, pero sobre todo de diferenciación; y puede que ése sea el problema de fondo de todo: la necesidad de unos y otros por diferenciarse, cuando lo que exige la ciudad son proyectos con una convencida implicación compartida, que no se vean afectados por cambios de gobierno, ni por directrices interesadas, ni por titulares oportunos, y sobre todo porque acabaríamos con la maldición de las herencias.

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