En el gran mundo de los recuerdos
Hay en él, en ese mundo de los recuerdos que cada persona posee, como en las bodegas; una selección de calidad...
Hay en él, en ese mundo de los recuerdos que cada persona posee, como en las bodegas; una selección de calidad. Poco a poco, al paso del tiempo, las catas que se hacen en las botas, que contienen los vinos de las distintas cosechas, van mostrando alguna que otra característica nueva o reafirmando algo ya conocido.
Lo que, en principio, era algo corriente, algo envuelto en lo común de los recuerdos de una determinada época, o de un año concreto, surge con un aroma y una fuerza peculiar que destacan sobre otros detalles, incluso notables.
Alrededor de ese recuerdo especial bullen otros muchos más, como los hijos junto a la madre que van recibiendo de ella amores y arrullos, que no se llevan mal con algún que otro tirón de orejas cuando es menester. ¿Quién no recuerda esos detalles aunque sean pocos; porque no hubo tiempo para más, al fallecer la madre a edad muy corta?
Esos pocos son la base, para quien no tiene otros, de lo que es la madre para sus hijos. Sobre esos recuerdos se irán haciendo realidad, tratando de asemejarse a ellos, otras situaciones de la vida, quizá las más comprometidas, las que han de ser resueltas con la misma entereza que la madre lo hacía.
Es bueno, además de necesario, no dejar de lado los recuerdos. La realidad de cada día hará que alguno de ellos vuelva a nuestra mente y también al corazón. Es una buena medida no rechazarlos; algo nos dirán para animarnos o para que tengamos cuidado en las decisiones a tomar.
Es la voz de la experiencia y ésta siempre es un tesoro aunque a veces nos duela recordar algún que otro fracaso, algo triste y doloroso porque hizo daño a alguien y tal vez tuvimos nosotros alguna culpa de ello. Recordar es necesario para procurar mejorar.
El fracaso no tiene por qué condenar al hundimiento, moral o material. De su análisis sereno, objetivo e inteligente, se obtendrá una mejor preparación para no volver a caer en los errores cometidos. La audacia, el atreverse a afrontar cuestiones difíciles, produce sus mejores frutos cuando se han contemplado bajo la luz de la experiencia, cuando se han valorado con precisión todos los elementos que concurren en el caso y se sabe cómo se ha de tratar. A todo ello, como es natural, hay que añadir espíritu de acción, de luchar por la justicia, por lo que es la verdad, la que hace que los hombres sean libres y generosos.
No viene nada mal recordar esas situaciones de escasez material en la que las familias se tuvieron que desenvolver y que supieron vencerlas a base de sacrificio. No se olvidó la importancia de la educación para los hijos y a ello se sacrificó más de una comodidad, más de una satisfacción material. En esas familias se vivió con escasez material pero hubo siempre una gran riqueza de espíritu. En ellas se aprendió por los hijos la forma de comportarse en el futuro. Era el ejemplo de la familia; un algo peculiar que la distinguía.
La unión que se logra en la familia cuando todos sus componentes luchan unos por los otros es algo que nunca se olvida y que enseña a ser desprendidos de todo cuanto se opone a la felicidad en común. Cuando, por el contrario, se ataca esa unión por medio de unas falsas libertades de acción, precisamente cuando más se necesita el amparo de los padres, se está intentando deshacer ese vínculo de amor, tan noble y delicado, que sólo pueden ofrecer los padres en la educación de sus hijos.
¿Cómo no recordar los peligros que acecharon en los años jóvenes? ¿Cómo no recordar aquel consejo, de la madre o del padre, que se recibió en momentos difíciles? ¿Por qué ese afán de deshacer la familia? ¿Por qué esa animación hacia el criminal disparate?
Que cada cual procure recordar y encontrará que en más de una ocasión decidió obrar por su cuenta y se equivocó; tal vez en pequeñas cosas o no tan pequeñas. ¿Cómo se echó de menos la voz y el cariño de la familia, cuando le dijeron que ya podía hacer lo que quisiera?
Hay que recordar a quienes se empeñan en deshacer la familia que están en un grave error y que se lucha para que no consigan esos tristes fines.
Lo que, en principio, era algo corriente, algo envuelto en lo común de los recuerdos de una determinada época, o de un año concreto, surge con un aroma y una fuerza peculiar que destacan sobre otros detalles, incluso notables.
Alrededor de ese recuerdo especial bullen otros muchos más, como los hijos junto a la madre que van recibiendo de ella amores y arrullos, que no se llevan mal con algún que otro tirón de orejas cuando es menester. ¿Quién no recuerda esos detalles aunque sean pocos; porque no hubo tiempo para más, al fallecer la madre a edad muy corta?
Esos pocos son la base, para quien no tiene otros, de lo que es la madre para sus hijos. Sobre esos recuerdos se irán haciendo realidad, tratando de asemejarse a ellos, otras situaciones de la vida, quizá las más comprometidas, las que han de ser resueltas con la misma entereza que la madre lo hacía.
Es bueno, además de necesario, no dejar de lado los recuerdos. La realidad de cada día hará que alguno de ellos vuelva a nuestra mente y también al corazón. Es una buena medida no rechazarlos; algo nos dirán para animarnos o para que tengamos cuidado en las decisiones a tomar.
Es la voz de la experiencia y ésta siempre es un tesoro aunque a veces nos duela recordar algún que otro fracaso, algo triste y doloroso porque hizo daño a alguien y tal vez tuvimos nosotros alguna culpa de ello. Recordar es necesario para procurar mejorar.
El fracaso no tiene por qué condenar al hundimiento, moral o material. De su análisis sereno, objetivo e inteligente, se obtendrá una mejor preparación para no volver a caer en los errores cometidos. La audacia, el atreverse a afrontar cuestiones difíciles, produce sus mejores frutos cuando se han contemplado bajo la luz de la experiencia, cuando se han valorado con precisión todos los elementos que concurren en el caso y se sabe cómo se ha de tratar. A todo ello, como es natural, hay que añadir espíritu de acción, de luchar por la justicia, por lo que es la verdad, la que hace que los hombres sean libres y generosos.
No viene nada mal recordar esas situaciones de escasez material en la que las familias se tuvieron que desenvolver y que supieron vencerlas a base de sacrificio. No se olvidó la importancia de la educación para los hijos y a ello se sacrificó más de una comodidad, más de una satisfacción material. En esas familias se vivió con escasez material pero hubo siempre una gran riqueza de espíritu. En ellas se aprendió por los hijos la forma de comportarse en el futuro. Era el ejemplo de la familia; un algo peculiar que la distinguía.
La unión que se logra en la familia cuando todos sus componentes luchan unos por los otros es algo que nunca se olvida y que enseña a ser desprendidos de todo cuanto se opone a la felicidad en común. Cuando, por el contrario, se ataca esa unión por medio de unas falsas libertades de acción, precisamente cuando más se necesita el amparo de los padres, se está intentando deshacer ese vínculo de amor, tan noble y delicado, que sólo pueden ofrecer los padres en la educación de sus hijos.
¿Cómo no recordar los peligros que acecharon en los años jóvenes? ¿Cómo no recordar aquel consejo, de la madre o del padre, que se recibió en momentos difíciles? ¿Por qué ese afán de deshacer la familia? ¿Por qué esa animación hacia el criminal disparate?
Que cada cual procure recordar y encontrará que en más de una ocasión decidió obrar por su cuenta y se equivocó; tal vez en pequeñas cosas o no tan pequeñas. ¿Cómo se echó de menos la voz y el cariño de la familia, cuando le dijeron que ya podía hacer lo que quisiera?
Hay que recordar a quienes se empeñan en deshacer la familia que están en un grave error y que se lucha para que no consigan esos tristes fines.
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