La poesía y el crimen se unen en la figura del poeta francés Pierre-François Lacenaire (1800-1836). Su última frase fue: “Llego a la muerte por mal camino, subiendo una escalera”.
Era la escalera hacia la guillotina. Desde temprana edad fue díscolo, embustero, intrigante. Luego fue jugador, chantajista, falsificador, ladrón, estafador. Mató, en un duelo, a un sobrino de Benjamin Constant. Como es lógico, pisó la prisión en varias ocasiones.
Más de una vez fue desertor: “esto le honra”, dijo un contemporáneo. Perteneció a un círculo republicano en aquella Francia de Luis Felipe I Orléans, el “rey ciudadano”. Mató, con premeditación y alevosía, a su compinche Jean-François Chardon y a la madre de éste. También había liquidado a un suizo en Verona (Italia).
Finalmente, traicionado por cómplices, confesó sus asesinatos. Fue juzgado y condenado a muerte. Lacenaire convirtió el juicio en un espectáculo que tuvo amplia resonancia en la prensa. Hizo un salón mundano de la celda en que se encontraba durante el proceso. Todo este escándalo fue patrocinado por las autoridades que, con ello, pretendían hacer olvidar a la población la larguísima causa contra los republicanos implicados en las sublevaciones antimonárquicas de París y Lyon en 1834. El 9 de enero de 1836, la cabeza de Lacenaire fue segada por la cuchilla.
Lacenaire admitió que había pasado su existencia “meditando siniestros proyectos contra la sociedad”, actitud que, según Jean-Marie Kellerman, es digna de elogio. Un crítico de la época lo llamó “poeta de los tribunales y teórico del derecho al crimen”. Muchísima gente aplaudió a Lacenaire mientras se desarrollaba su procesamiento.
En la cárcel, en espera de su ejecución, compone una obra que se publicará, en 1836, bajo el título Memorias, revelaciones y poesías de Lacenaire, escritas por él mismo en la Conciergerie. André Breton incluyó a este poeta patibulario, con todos los honores, en su célebre Antología del humor negro (1940; versión definitiva en 1966).
Para Baudelaire, Lacenaire fue “un héroe de la vida moderna”.
Dostoievski leyó el sumario del caso Lacenaire, un material que le sirvió para Crimen y castigo. Las memorias de Lacenaire inspiraron directamente el cuarto canto de Les chants de Maldoror, del Conde de Lautréamont. Michel Foucault, analizando la fama alcanzada por Lacenaire (de neta extracción burguesa) en el momento cumbre de su juicio, cree que este personaje representa el surgimiento de un tipo de delincuente adorado por las masas: el criminal romántico burgués. He aquí otra de las más citadas frases de Lacenaire: “Hace falta todo tipo de gente para construir un mundo... o para destruirlo”. Tengo mis dudas en cuanto a que sea correcto hablar de crímenes estéticos en el asunto Lacenaire.
Todos los delitos los cometió por las necesidades económicas que fueron apareciendo en una vida al margen de la ley; aunque sí es cierto que Lacenaire, en el fondo, se condujo como un ser decididamente antisocial, y, posiblemente, por determinados motivos ideológicos. De todas formas, la estetización de esas transgresiones deriva de su condición de creador y de la algarabía judicial; pero, especialmente, del sentido político que adquiere su conducta sediciosa ante un orden social injusto que no le inspira el menor respeto. Un orden que, andando el tiempo, respondería a los nombres de Auschwitz, Dachau, Buchenwald, Dresde, Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, Irak o Afganistán.
Lacenaire podría ser considerado, salvando las enormes distancias, uno de los lejanos antecedentes del incomparable Fantomas. Si bien hay que puntualizar que, con Fantomas, el crimen deviene una inmaculada concepción, al margen de la ideología, la política y cualquier atisbo de moralidad, o de inmoralidad, o de amoralidad. Fantomas es, sencillamente, el mal que congela los cerebros de los llamados racionales. Dios nos asista.
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