Casi dos décadas después de su primer poemario -“Leyendas del promontorio” (2005)-, Raquel Lanseros da a la luz “El sol y las otras estrellas” (Visor. Madrid), galardonado con el
XXVI premio Generación del 27.
En estos veinte años, su decir ha venido marcado por una identidad intimista, por una temática que ahonda en lo insondable de la existencia, en los ríos desbordados del destino, en el mágico silencio de la alegría, en el miedo a la derrota, en la acogedora memoria familiar…. La nostalgia, la libertad, la introspección “(Yo amo la luz hermana que alienta mis sentidos./ Mil veces he deseado averiguar quién soy”) se asoman, también, hasta el bordón de sus versos, desde los que ha ido extendiendo las fronteras de un discurso depurado, sensorial, donde prima, por encima de otros actantes, la semántica del amor. Y precisamente, del amor y de sus reflejos, sus heridas, sus dichas sus soledades, se nutre esta nueva entrega de la poetisa jerezana.
Fue Paul Valéry quien refiriese que “El amor, en la perfección de su acto, es el drama del cumplimiento y del conocimiento”, Aquí y ahora, Raquel Lanseros aúna ambos conceptos en un cántico unitario que, a su vez, ahonda en las distintas tipologías en la que se manifiesta lo amatorio. Cristalizada sin posible ficción, la emoción de los sentidos se transmuta en pasión y agonía, en destello y tristura, en llama y desolvido, sin perder nunca la fe en que el corazón se desborde y conforme una sola esencia con el otro: “Así somos, Amor, ingratos y volubles/ tú que nos has creado nos conoces/ como niños insomnes, como niños/ que miran a la luna, te soñamos/ sin plan ni vocación, lejos de comprenderte./ El resto es bien sabido: delirio, confusión/ crujir de dientes, mesado de cabellos (…) Sin embargo, ¡qué suerte ser amado!/ Y amar, ¡dios mío!/ ¡qué suerte!”.
Amor, al cabo, que todo lo alcanza, flujo de energía, fuente que salpica y bendice a los enamorados, o sed para secar sus bocas; que transforma en campo de batalla cuanto fue espacio de gozo, que se convierte en bálsamo y, después, en llaga.
Desde su título, tomado del último verso de la “Divina Comedia” de Dante, “Amor que mueve el sol y las otras estrellas”, el volumen asume la inmanencia de recrear el dolor pretérito (“Lloraban los amantes/ yo los recuerdo/ eran/ pétalos desprendidos de una misma llama”), el fulgor presente (“No te quiero a propósito/ pero -lo quiera o no- necesito quererte”) y el temor futuro “(Amo la vida y sin embargo a ratos/ un peso me arrastra/ negro/ inexplicable/ a un pozo asustado y falto de fe”).
Los protagonistas y los territorios que ofrecen estas páginas, el tiempo y el espacio que abrigan estos treinta y cinco poemas, discurren con el lenguaje delicado si vitalista convertido en conciencia y, en donde el yo poético,intenta establecer una intersección equitativa entre lo racional y lo almado.
En suma, un hermoso credo lírico, un solidario himno amatorio, pleno de sabia verdad: “No puedo tener hambre/ porque tengo dos hogares azules/ esperando por mí en todas partes/ con la mesa puesta / a la hoguera encendida/ y todo el pan del mundo/ tierno y bendito”