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Sábado 18/05/2024  

Escrito en el metro

La niña y la hacedora de nubes

Con tristeza le replicó Carmen, cada vez son más raras, los cielos son más limpios. Nunca vi el Arco iris de los que nacen los unicornios

Publicado: 06/11/2023 ·
10:38
· Actualizado: 06/11/2023 · 10:38
  • Nubes. -
Autor

Salvo Tierra

Salvo Tierra es profesor de la UMA donde imparte materias referidas al Medio Ambiente y la Ordenación Territorial

Escrito en el metro

Observaciones de la vida cotidiana en el metro, con la Naturaleza como referencia y su traslación a política, sociedad y economía

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Aquella pequeña niña, sentada al borde del mar, miraba absorta al cielo. En silencio buscaba parecidos de aquellas formas algodonosas de las nubes. Los flecos de los cirros le recordaban las capas al vuelo de las hadas, las altas nubes nacaradas le servían para soñar con fondos marinos, y en el perfil de los gigantescos cúmulos adivinaba los más diversos animales, incluso alguna planta, pero sobre todo las caras de personas. Al encontrar entre ellas el rostro de una hermosa mujer, se puso en pie y gritó ¡qué bonitas sois! Entonces desde la orilla del mar despertó Crócale, y con infantil desparpajo la niña le preguntó ¿Quién las hace así? Mi hermana Néfele, la hacedora de nubes, le contestó la ninfa de la espuma marina. Para darles forma se ayuda del cincel del viento que le regala Eolo, del pincel de los rayos del sol que le proporciona Helios y del martilleo de las olas que le acerca Neptuno. Con tristeza le replicó Carmen, cada vez son más raras, los cielos son más limpios. Nunca vi el Arco iris de los que nacen los unicornios. Néfele también está triste, le contó la hermana de la ninfa. Sus tres ayudantes están coléricos por las daños que le están haciendo los seres humanos. Neptuno está cada vez más iracundo. A duras penas puede mantener toda la vida marina, han hecho de su océano un enorme vertedero de residuos. Además se está sobrecalentando y las gotas que deben formar las nubes se desvanecen antes de subir al cielo. Por su parte Helios se lamenta de que los rayos de luz que emite para la vida, se los devuelvan al no encontrar las plantas que los absorban, al estrellarse cada vez más contra tierras desnudas que los reflejan, para acabar calentando aun más la atmosfera. Pero el que lo lleva peor es Eolo, sufre de episodios de tos severa por el aire tan contaminado que le llega, y cada vez que tose lo que forma, en contra de su deseo, es un vendaval o incluso un tsunami.

Caía ya la tarde cuando la niña decidió regresar a casa. El sol se ponía sobre la perfecta línea del horizonte marino cuando destelló para su sorpresa, por unos segundos, un rayo verde. Entonces, de entre velos noctilucentes apareció la propia Néfele, quien acercándose depositó en las pequeñas manos un retazo de nube. Y se despidió con una corta sentencia: Todo depende de ti.

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