Apetece inspirar el aire fresco del amanecer. Este marzo lo hemos empezado con ansia de buen tiempo, alargando los paseos para ver el reflejo limpio de la luz en la marisma húmeda, donde quedan charcos como reclamo de la lluvia por venir. Es el pulmón de nuestra ciudad, el único donde respiramos luz. El paseante mira, contempla, descubre y goza con un montón de detalles que se vuelven más nítidos al recordarlos, pues la lente de la cámara no les hace justicia. Es lo romántico de este paseo, cómo se colorea y cambia el momento con la luz al resbalar por la flora, al contornear las bocas de los inquietos cangrejos violinistas mientras caminan de lado, al ennegrecer sus escondites cuando baja la marea. Miles de ojos parecen vigilar desde lo bajo, un Argos de fango inabarcable que brilla entre el gris azulado y el verdín festoneado de espuma, cuyo blancor desaparece al secarse, dejando un churrete claro para juego de los pájaros. Cuando este fondo queda al descubierto, cuando la marea deja sus caricias a la luz, es ella quien durante unas horas obra el prodigio de desvelar lo nunca visto, como anuncio de charlatán. Un poeta tiraría por lo epifánico. Nosotros, los paseantes, sencillamente nos sorprendemos cada seis horas.
Este fin de semana pasado, radiante él y con bajamar, hemos comprobado lo anterior. Por el paseo de la Ronda del Estero empieza a brotar la flora que anuncia la muerte del vinagrillo, dejando la rabiosa amarillez en la camomila bastarda. La retama y la sapina le echan un pulso al verde oscuro, al morado y al azul y entre ellas algún papel o desecho orgánico. El cruce del puente junto a la pirámide de cristal nos obliga a parar,
porque tropezamos hasta la caída del alma con un armazón de plástico yacente en las entrañas del caño. El susurro del agua al pasar por la compuerta es el llanto irreprimible e impotente por la soledad del abandono. Verlo medio hundido es imaginarlo luchando por seguir erguido recordando la casa donde reinó, junto a una mesa de estudio y trabajo, girando como un trompo para facilitar la tarea de una consulta. Ahora es piltrafa que no hace tanto compartió espacio con el neumático de un tractor y un esqueleto de bicicleta. De estos ya no quedan ni los hoyos. Qué diría Juan Domingo Saporito.
A pesar de ello y de las circunstancias, marzo se empeña en regalar jirones que, al hacer relumbrar nuestro entorno, descubren esta imagen desconcertante. El armazón, recostado en la sapina, como un titán vencido, implora ser llevado a reciclaje o donde corresponda desde su silencio de plástico. Mientras llega, le queda la caricia fresca y lenta de la marea.