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Absit Invidia

Gibraltar: paradoja de un entendimiento

Escuchemos el susurro de la historia, que nos advierte de las negociaciones con los ingleses. Ahora tienen seis meses para ocultar al diablo en algún detalle.

Publicado: 03/01/2021 ·
10:16
· Actualizado: 03/01/2021 · 10:58

González Laya y Picardo, en una reunión en Algeciras.

Autor

Pedro García Vázquez

Pedro García es periodista. Director de Informativos de 7 Televisión y Publicaciones del Sur

Absit Invidia

Con la esperanza de ser entendido por lo que pone, y por lo que no. Eso sí, sin ánimo de ofender ni en castellano, ni en latín

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Paradojas de la vida. Una irresponsable y disparatada decisión de los mandatarios británicos, avalada por una consulta en las urnas y culminada por el actual primer ministro Boris Johnson, ha brindado una oportunidad única en la historia por la que gibraltareños y españoles estarán más cercanos que nunca, en una proclamada aunque incierta relación de confianza sin precedentes que además redundará en beneficios -ya veremos si pingües o no- en la comarca vecina.

Previamente, escuchemos el susurro de la historia que nos advierte de las negociaciones con los ingleses. Ahora tienen seis meses por delante para ocultar al diablo en alguno de los detalles del tratado que Unión Europea y Reino Unido redactarán para validar el histórico acuerdo entre Londres y Madrid sobre Gibraltar. De ahí que nuestros diplomáticos deberán tener ojo avizor para que el actual regocijo no se transforme en sobresalto. Ya se sabe que es mejor un porsiacaso que un madremía.

El acuerdo es tan bonico, que a mí me genera tanta inquietud como tiempo necesario para plasmarlo en un papel y en la realidad. Si nada lo impide, la Verja es historia. Esa palabra, por tanto, dejará de ser un arma arrojadiza. Se ha utilizado por quienes, precisamente ahora, claman por una oportunidad perdida para exigir un Gibraltar español. El colmo de la miopía les impide ver que, desde la firma del Tratado de Utrech en 1713, de nada ha servido la estrategia del palo y la zanahoria con los gibraltareños. La reivindicación de la soberanía, a la que ningún gobierno español renunciará jamás, se encontraba con el rechazo británico, apoyado en la mayoritaria negativa del pueblo de Gibraltar, expresada en los plebiscitos de 1967 y 2002. El sentido común indica que ésa es una vía muerta en el siglo XXI. Conseguir la soberanía de un territorio en contra del deseo de sus habitantes es un disparate de efectos perversos. Basta con preguntarle a China y a Hong Kong.

Main Street, Gibraltar

Los acuerdos de Córdoba de 2006 trataron de establecer una relación de confianza que quebró cuando Mariano Rajoy ordenó, entre otras cosas, el cierre de la sede del Instituto Cevantes de Gibraltar, que abrió sus puertas con la llave que el ministro Miguel Ángel Moratinos le dio a Francisco Oda, el primer y brillante director -ahora diplomático- de las instalaciones que trataron de incrementar la cultura española entre los llanitos.

Ahora no es tiempo de grandes titulares ni de golpes en el pecho. Démonos seis meses de prudencia hasta que el tratado esté redactado. Ya vemos que el acuerdo es interpretado de distinta forma por las partes. Para la ministra González Laya no hay duda de que la última palabra sobre el control fronterizo en Gibraltar la tendrá España. El chief minister Fabian Picardo no opina de igual manera al considerar que no se ha cedido ese control. Éste es un asunto con muchas aristas, que genera presiones y reacciones encontradas en la opinión pública y publicada española y gibraltareña, por lo que el mejor consejo ahora es la mesura. Esperar a ver negro sobre blanco lo que hasta ahora hemos escuchado y leído.

Por último, un consejo para los diplomáticos españoles: miren, aunque sea de reojo, a Ceuta y Melilla. Marruecos no deja pasar oportunidades. Un avance en la solución de Gibraltar puede provocarle la tentación de dar un paso más con respecto a las dos ciudades autónomas españolas cuando, además, hace pocos días el primer ministro marroquí Saadeddine El Othmani defendió la reclamación de la soberanía sobre Ceuta, Melilla y el Sáhara.

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