La radio durante la noche acompaña cuando las ideas se desperdigan para dormir. Es un espacio de tiempo que a veces se alarga porque mente y cuerpo necesitan tomar distancia para descansar. La radio es la terapia, el ejercicio que relaja y al mismo tiempo permite el vuelo de las imágenes que escapan de ella. El oyente es capaz de ver cuanto escucha, mientras razona y concluye sin pelearse, excepto con el descanso. En cualquier caso, la radio de noche nunca enmudece por la mano, es el sueño quien lo hace cuando aparece irritando los ojos hasta la sequedad y el escozor. Una vez apagada la luz, la vista se acomoda entre la oscuridad repentina y temblorosa y la imagen de la noticia o el reportaje narrados por el periodista. Siempre sorprenden por la forma de contarlos sin extravío del rigor.
Efemérides o curiosidades, noticias o sucesos tienen cabida en la noche para empezar ubicarnos en el día siguiente, en la actualidad que lo conformará, cambiándola en un segundo y para toda la jornada. En uno de estos programas se refirió el aniversario de la muerte de Ana Orantes. Puede resultar desconocida, sin embargo fue noticia por haber muerto a manos de su exmarido tras cuarenta años de malos tratos. Este asesinato cambió la forma de ver e interpretar, si es que se puede, la violencia de género, modificando la legislación española al tener como objetivo el intento de acabar con este crimen que tuvo lugar en este mismo mes hace veintitrés años. Hasta el día 18 del año 1997 cincuenta y nueve mujeres perdieron la vida a manos de sus maltratadores. Una cifra que ha ido creciendo desgraciadamente, porque desde 2003 hacen un total de 1.073, si bien son cuarenta las victimas hasta noviembre de este año aciago y cincuenta y cinco el año anterior, la cifra más alta en cinco años, datos aparecidos en el periódico El país.
Por casualidad el recuerdo de la muerte trágica y brutal de Ana Orantes está ligado al mismo día de la Virgen de la Esperanza. Cuántas veces la invocaría incluso con otro nombre como tabla donde agarrarse para no acabar sin luchar, rogando una posibilidad para enmendar o reconducir lo que solo un milagro podía arreglar en medio de tanto sufrimiento, por medio de la expresión más sincera en busca de consuelo para los cuarenta años de malos tratos que acabaron con su vida.
Ana, su nombre corto y dulce se vuelve rotundo por su valentía, por ese paso al frente tras cada puñetazo hasta perder el conocimiento, viviendo en equilibrio durante cuarenta años más los catorce días posteriores a su denuncia en Canal Sur, cuando fue cercada por las llamas hasta morir.
El periodista al recordarla tosió para disimular el empañamiento de la voz.
Por ella.