El maltrato duele igual pero la manera de afrontarlo cambia en función del lugar de residencia de las víctimas de violencia de género que, cuando viven en pueblos, afrontan la huida de esa relación tóxica con miedo o con vergüenza, pero también con menos opciones de independizarse o alejarse para salvarse.
El tamaño del maltrato no importa porque todos son deplorables pero el del pueblo en el que ocurre sí marca el relato de la historia, complica su desenlace y llena de piedras el camino por el que ellas deben huir de esa relación.
Al daño emocional, a la dependencia o a las secuelas de un maltrato se suma también el entorno rural, porque los pueblos se convierten en un golpe más a las víctimas.
"El perfil de víctima es el de cualquier mujer que caiga en las garras de un violento, de un machista violento, aunque vivir en una gran ciudad o en un pueblo marca diferencias", explica a Efe Encarna Soto Ferrer, asesora jurídica del Centro Municipal de Información a la Mujer del Valle de Lecrín, en Granada.
Trabaja en un centro que atiende a ocho municipios dispersos y con realidades diferentes, desde Padul con casi 9.000 habitantes a núcleos como El Pinar o El Valle que no llegan a los mil vecinos, "y eso se nota en la forma de salir de la violencia".
"El número de denuncias es más pequeño porque pesa mucho el qué dirán", reconoce esta experta que visita semanalmente todos estos pueblos.
Soto defiende la necesidad de llevar a cada rincón los recursos de los Centros de Información a la Mujer en un plano preventivo y educativo, pero reconoce que "las víctimas prefieren vernos fuera, en los pueblos no te suelen contar lo que les pasa".
"En los pueblos, la mayoría de las víctimas intenta no denunciar, quieren divorciarse por las buenas, pero hay un desequilibrio, conviven con un maltratador", relata esta especialista.
El entorno rural juega casi siempre a favor del maltratador y en contra de una víctima que no se atreve a denunciar hasta que no llega el punto de "violencia insostenible".
"A los ingredientes normales del maltrato hay que sumar el miedo, la vergüenza, la amenaza constante en el tiempo, el yo te mato y de la cárcel se sale pero del cementerio no, pero también las dificultades para alejarse, la falta de recursos, de acceso al mercado laboral o las conexiones para buscar trabajo", añade esta asesora jurídica especializada en esos municipios pequeños.
En un pueblo como esos vivía María, una mujer formada y con trabajo, treinteañera, independiente y que se mudó de su provincia de nacimiento a otra para estudiar, enamorarse y formar una familia.
Once años después, a esa casa de pueblo llegaron los enfados, los comentarios machistas, el embarazo de un segundo hijo y las humillaciones, el primer episodio de un maltrato agravado precisamente por vivir en un pueblo.
"Aprovechó la distancia para decirme que estaba sola, para hacerme más dependiente, arrinconarme o gritarme, porque decía que yo era su desahogo", explica a Efe esta joven víctima de violencia.
María cuenta su historia desde la valentía y para animar a otras que lloran calladas como lo hizo ella, y huye de la pena "porque no quiero que digan mira esa pobre, quiero que me vean valiente", dice.
Después de una depresión, de tener al segundo bebé, de escuchar que nadie la iba a querer, de una separación y una vuelta a casa, María sintió la soledad de un pueblo en el que hablaban de ella. Y siempre mal, porque el vecino es él.
"Me hicieron creer que era una mierda, y me creí que no valía para cuidar a mis hijos, para trabajar o para limpiar, ni como persona ni como mujer, y hasta me escupió delante de mis hijos, a los que decía que él iría a la cárcel por culpa de mamá", recuerda.
Aguantó por sus hijos hasta que, ya separada pero sin denuncias, dejó a los niños con el padre y él dijo que no se los devolvía.
"Y no podía hacer nada sin denuncia, porque es el padre, y ese mismo día la puse, volví a casa con mis hijos y pasé horas llorando y pidiéndoles perdón", cuenta esta joven a la que su expareja intentó atropellar con el coche, zarandeó delante de los vecinos y encerró en una "cárcel" marcada por los límites de un pueblo.
María también cuenta que tenía vídeos de las agresiones, pero ningún apoyo de vecinos que creyeron a su expareja, que la abandonaron, pero que no han logrado que se rinda ni que se marche.
"Lo peor es que tienes al pueblo en contra, que hay amigos que dejan de serlo porque no te creen aunque les enseñen imágenes, que te dejan sola", resume esta vecina.
Pero María resiste en ese pueblo, de nuevo independiente, valiente por sus hijos y empeñada en servir de motivación para las miles de marías que aguantan un amor transformado en maltrato.
Granada
Ser víctima de la violencia machista en un pueblo, un golpe añadido
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