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La tribuna de Viva Sevilla

Sevilla, conciencia de muladar

La escritora Reyes Aguilar da testimonio de la suciedad que encuentra en Sevilla durante sus paseos en bicicleta.

Tuve que bajarme de la bicicleta circulando por el carril bici de la avenida Doctor Marañón porque la rama de un frondoso árbol a la altura de Urgencias del Hospital Macarena me impedía el paso. No soy Rambo, no acostumbro a llevar un machete para poder avanzar entre el follaje y la floresta, aunque no sería mala idea ya que el  problema viene cuando la misma rama te sorprende en cualquier árbol de cualquier barrio. Y no solo ramas, sino enseres, muebles o bolsas de basura abiertas, desparramadas por la acera, como ocurre en el Polígono Norte.

Al señor alcalde, sea el que sea pero especialmente al que ostenta la Alcaldía en la actualidad, elegido por la voluntad de un pueblo que le pide algo de conciencia, le recomiendo llevar una cámara de repuesto si decide pasear en bicicleta por la Cartuja, esquivando cristales de los vasos y las botellas de las discotecas del lugar, ya que quien escribe sufre la mala conservación de la excelente idea del carril bici y no gana para pinchazos.

Ya sea en bici, a pie, o en coche, observo contenedores llenos, papeleras atiborradas, suciedad y calles pegajosas como si por ellas hubiese transcurrido una cofradía de penitencia, adornadas con muchas cacas de perro y alcaldables agerul en mano. Y es que ahora hay que pasear al perro llevando la botella de agua con detergente y la bolsita recoge excrementos, no se olvide usted también, amable lector, de llevar el machete de Rambo, las cámaras de repuesto para la bici, el casco y las botas de montaña, por si sufre los estragos del mal iluminado paseo agrietado y especialmente peligroso de Jiménez Becerril - Torneo, donde el estado de abandono del pavimento, prácticamente devastado, es un peligro para los peatones, los ciclistas y cualquiera que ose pasar por esa zona sin arrepentirse de no llevar casco y botas de montaña.

Andar por esa acera es una carrera de obstáculos sorteando losetas levantadas, así como un ejercicio doloroso si miramos sus parterres secos, sus jardines abandonados, sus inexistentes arriates o la mierda, en todo el esplendor de la palabra, de sus aceras. Mejor no recordar lo que fue aquel paseo, mejor no cruzar de orilla con los ojos porque nos damos cuenta de la de años que lleva Sevilla sin alcalde a pesar de tener un majestuoso estadio olímpico sucio también, de polvo y de olvido.

Sevilla no está limpia incluso desde antes de que Uruñuela, allá por los ochenta, popularizase el lema aquel de “¡Qué bonita está Sevilla sin papeles ni colillas!”, cuarenta años después no se ha hecho nada para darle la razón a semejante ripio. Ha llovido mucho desde entonces, a pesar de que las calles mojadas que nos han visto crecer, sigan estando sucias. Debe ser algo crónico con la historia de esta ciudad ya que allá por el 1580 ya se respiraba mal olor por sus calles procedente de los estercoleros, la ineficacia de las cañerías y la carencia tanto de un servicio municipal de limpieza como de una buena conciencia social de los beneficios del uso del jabón, la manopla y la fregona, y es que cinco siglos después de aquel esplendoroso siglo XVI donde los vecinos arrojaban la basura de sus casas o vertían las aguas sucias en los callejones o en las plazas, todo sigue casi en el mismo punto, a pesar de los contenedores agrupados por colores bordeando las aceras, de la conciencia de reciclado y de los muchos operarios de Lipasam que realizan su trabajo a pesar de la descoordinación de quienes les ordenan.

La suciedad sigue en auge, yendo por barrios sin discriminación, sin señalar a unos y eximir a otros, como en aquellos tiempos de Monipodio donde todos sufrían los malos olores, todos veían las basuras, las pisaban o las salvaban, los de la periferia y los del centro, los de intramuros y los de extramuros y al igual que ahora, la respuesta municipal era la de publicar unas ordenanzas que nunca se cumplían, da igual que lea usted esto en la Sevilla de los Austrias que en la de Juan Espadas, ya que la vida en Sevilla sigue igual, igual de sucia.

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