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Hablillas

El día de las bibliotecas

Si establecemos un paralelismo, la biblioteca es un lugar que aísla, produciendo el mismo efecto de un jarabe para la imaginación.

Publicado: 29/10/2018 ·
14:57
· Actualizado: 29/10/2018 · 14:57
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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Coincide con San Rafael, el arcángel cuyo nombre significa medicina de Dios. Si establecemos un paralelismo, la biblioteca es un lugar que aísla, produciendo el mismo efecto de un jarabe para la imaginación, siendo el silencio el que propicia la concentración para la lectura o el estudio. Hace poco que se instituyó esta jornada, en memoria del edificio que se destruyó en Sarajevo. La desaparición de los libros debería estar penada porque es ruina para el ser humano. Qué sería de nosotros sin ellos. En algún momento recordamos los primeros, los del colegio, aquellos que nos regalaron por Reyes o por nuestro cumpleaños. Y los conservamos porque forman parte de nosotros.

Las hojas desgastadas, sin esquinas, agrietadas, el color crudo del tiempo, las notas a lápiz, los subrayados difuminados y los parásitos que caminan por encima buscando sus micro guaridas, nos cuentan una historia paralela a la impresa, tan interesante que volvemos al momento en que lo cogimos por primera vez, al olor de la imprenta que es el resultante de la tinta y el metal, un olor único porque tiene sonido y objetivo porque no varía, siempre es el mismo y solo se le puede asociar con la unión que se percibe entre el tacto y la ternura, deliberada, indisoluble e inolvidable porque cada libro es uno, aunque tengamos cientos.

Quienes andamos tocando los sesenta, la biblioteca que conocimos fue la del colegio, con un mundo en cada lomo de color, con el diccionario enciclopédico Espasa mirándonos desde una vitrina. Años después inauguraron la pública. Para nosotros era la tarea del sábado por la mañana, la dedicada a los Cinco, a Puck, a los Hollister, a las mellizas O’ssulivann, a Guillermo el proscrito, a las aventuras de Julio Verne, a Celia de Elena Fortún, porque no era fácil hacerse con un libro a menos que fuera por un hecho puntual.

A falta de pocas líneas para el final, suena la voz entusiasmada un niño que en la feria del libro de Madrid hablaba de su predilección por la lectura y la ilusión de ser escritor. Ahora será un adolescente y tendrá que relegar la lectura al fin de semana en que los deberes del colegio se la permitan. Probablemente haya disfrutado poco de la biblioteca, de la caricia del silencio, roto débilmente por los suspiros, las toses y el caminar sigiloso de los usuarios, pero seguro que los estantes de su habitación habrán ido creciendo a la vez que su cuerpo. Siendo tan emotivo, seguro que el chaval recuerda cuando le regalaron el primero. Siendo tan especial, obedecerá el impulso de dedicarle ese día, fecha que recordará mejor que la instituida.

 

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