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Málaga

Un sueño a través del cristal

La colección de vidrio que Gonzalo Fernández-Prieto comenzó a atesorar desde su niñez es hoy en día un museo visitable con 3.000 piezas

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  • La colección de vidrio que Gonzalo Fernández-Prieto comenzó a atesorar desde su niñez es hoy en día un museo visitable con 3.000 piezas

Frente a frente a la histórica iglesia de San Felipe Neri, se alza el museo del Vidrio. Un sueño hecho realidad para Gonzalo Fernández-Prieto, coleccionista que trajo sus joyas  hasta Málaga y así levantó este lugar expositivo hace ya casi una década. 3.000 piezas componen esta colección que se ha ido ampliando con el paso de los años y que nunca deja de crecer. Un sueño que se le hizo realidad y que comenzó a construir desde la infancia de la mano de su profesor Ian Phillips, quien decía que “coleccionando cristal aprendemos a estudiar, investigar y archivar. Lo que no me dijo es que se transforma en una adicción. Hay personas que están colgada en la droga y el alcohol y yo estoy totalmente colgado en el vidrio”. Estas declaración sin tapujos la realiza Gonzalo mientras muestra una pequeña vitrina con los ‘nurse glasses’ (decoración del cuarto de los niños) del siglo XIX, que fueron los primeros objeto son lo que inició su particular colección convertida hoy en este curioso museo malagueño. Situado en la Plazuela del Santísimo Cristo de la Sangre (antigua calle Gaona), el museo alberga piezas de vidrio y mobiliario  desde el siglo XIV hasta la actualidad. Aunque también hay un apartado destacado  con piezas de la antigüedad, algunas de ellas datas en el siglo VI antes de Cristo realizadas en el llamado vidrio fenicio aunque Gonzalo prefiere llamarlas “del Mediterráneo oriental” porque es realizada en todas partes del este del Mediterráneo. Son pocas piezas pero realmente exquisitaa, posiblemente la colección más completa de este tipo que hay en España”.  

Otro punto a destacar se encuentra en el patio interior del edificio: un expositor de luminosidad que muestra ese espíritu hippie que aun confesa mantener y el que obliga a su interlocutor llamarlo de tú y nunca de usted. Los Whitefriars que allí conserva son los niños y las niñas de sus ojos y que a su vez se manifiestan al visitante como un espectáculo de  color y técnicas varias en la que destaca la pieza titulada como ‘el albañil borracho’ cuyo color está “prohibido” decir que es naranja sino el ‘tangerine’, es decir, color mandarina, o lo que es lo mismo “el color de la música de Los Beatles, que fue el color de mi generación”. Cristales que casi se tornan en mágicos al exponerlos a la luz que hace que su tono cambie. Huelga decir el exquisito cuidado con el que se trata cada uno de los fondos ya que como dice el director: “el cristal es como el amor; cuando se rompe, se rompe y es imposible de reparar”.  Una de las máximas del museo es no sólo mostrar el elemento sino también se intenta recrear el ambiente y el contexto donde vivió el cristal que se expone. A esto, ayuda una amplia colección de mobiliarios, espejos y retratos que invitan a introducirse en la realidad de cada época y de cada personaje relacionados con la pieza en cuestión. Su director y creador espera que el Museo sea parte de barrio de manera eterna. Mientras llega la eternidad, ha adquirido el local anexo para ampliar el espacio y trabaja para que el barrio pueda volver a ser artesanal. Actualmente se encuentra en gestiones de cara a la recuperación de los hornos que se encuentran en la parte trasera del museo. 

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