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El Año de la Misericordia

La misericordia empieza por uno mismo, por acostarse con la conciencia tranquila de que no se le ha hecho ningún mal a ninguna persona”

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La misericordia se define como la disposición a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas. Se manifiesta en amabilidad, asistencia al necesitado, especialmente en el perdón y la reconciliación. Más que un sentimiento de simpatía  es una práctica. En el cristianismo es uno de los principales atributos divinos. La misericordia es también un sentimiento de pena o compasión por los que sufren, que impulsa a ayudarles o aliviarles; en determinadas ocasiones, es la virtud que impulsa a ser benévolo en el juicio o castigo. Su etimología, del latín misere (miseria, necesidad), cor, cordis (corazón) e ia (hacia los demás)  significa tener un corazón solidario con aquellos que tienen necesidad. La Iglesia Católica celebra desde el día 8 de Diciembre el Año de la Misericordia. Un año que no debe quedarse ahí sino que debe ir más allá en estos tiempos donde los valores morales brillan por su ausencia, en estos tiempos donde la ética es una asignatura perdida, en estos tiempos en los que todo vale con tal de ser más que nadie o de vivir mejor. La misericordia debe ser entendida no solo con el que duerme bajo las estrellas, no solo con aquel que no tiene nada en la despensa, no solo con el desvalido, sino la misericordia debe ser el acercamiento al prójimo, el hacer familia solidaria y no desestructurada, dar consejo al que lo necesita y, sobre todo, fundamentalmente, acostarse cada noche con la conciencia tranquila de que no se le ha hecho mal a nadie, al menos de forma intencionada. La misericordia bien entendida debe comenzar por uno mismo, como el Papa Francisco llama a que la misericordia comience por la propia Iglesia porque “si la puerta de la misericordia de Dios está siempre abierta, también las puertas de nuestras iglesias, del amor de nuestras comunidades, de nuestras parroquias, de nuestras instituciones, deben estar abiertas para que todos podamos salir a llevar esta misericordia de Dios”, añadiendo en la catequesis del pasado miércoles que  “nuestras iglesias estén abiertas para dejar entrar al Señor, o muchas veces dejar salir al Señor prisionero de nuestras estructuras, de nuestro egoísmo”.  La misericordia empieza por uno mismo.
 

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