El Reino Unido recuerda este 7 de julio los diez años de los atentados de Londres, los primeros perpetrados por terroristas suicidas en el país y que pusieron a prueba a las fuerzas de seguridad y al Gobierno del laborista Tony Blair.
Este décimo aniversario coincide con la continua amenaza terrorista que afronta el Reino Unido y días después de que 30 ciudadanos británicos muriesen en un ataque efectuado por un terrorista vinculado a los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) en la playa de un hotel en Susa, en Túnez.
En la hora punta de la mañana, tres bombas estallaron en forma casi simultánea en otros tantos trenes del metro de Londres, justo cuando el entonces primer ministro, Tony Blair, se reunía con el entonces presidente de EE. UU., George W. Bush, en Gleneagles (Escocia), durante la cumbre del G8 (los siete países más ricos y Rusia).
Una hora después, otro artefacto estalló en un autobús de la línea 30 en la plaza de Tavistock, cerca del Museo Británico.
En los ataques murieron 56 personas, ente ellas cuatro terroristas, y numerosas resultaron heridas.
Se hacía realidad el temor británico de que, tras los ataques contra EE. UU. de 2001 y los de Madrid de 2004, el Reino Unido también fuese castigado por los terroristas de la red Al Qaeda.
Los cuatro terroristas hicieron detonar las bombas que llevaban escondidas en sus mochilas en las estaciones de metro de King's Cross, Liverpool Street y Edgware Road y en el autobús, lo que obligó a suspender momentáneamente toda la red del metro y a cerrar el acceso al centro de la capital británica.
El ataque puso además a prueba la capacidad de respuesta de los servicios de seguridad y los de emergencia.
En tanto, Blair debió interrumpir su participación en el G8 (actualmente solo G7, ya no está Rusia) para trasladarse a Londres y presidir la reunión del comité de emergencia "Cobra", integrada por varios ministros y los jefes de los servicios de seguridad.
El 7 de julio tuvo, además, una significación especial para los británicos, pues apenas 24 horas antes el Comité Olímpico Internacional reunido en Singapur había decidido, casi contra todo pronóstico, conceder los Juegos Olímpicos de 2012 a Londres, lo que fue celebrado con manifestaciones de júbilo por la población.
Con estos ataques, Scotland Yard iniciaba una de las mayores investigaciones de su historia, cuyo trabajo quedó empañado, no obstante, con la muerte dos semanas después -22 de julio- del brasileño Jean Charles de Menezes, abatido en la estación de metro de Stockwell de siete disparos en la cabeza por agentes especiales de la Policía que le confundieron con un terrorista suicida.
Los ataques de Londres también supusieron una prueba para la población de esta capital, que no se dejó intimidar y, con estoicismo, siguió utilizando el metro de Londres.
El "golpe" asestado por los cuatro suicidas contra Londres, una ciudad que sufrió en el pasado el terrorismo convencional del Ejército Republicano Irlandés (IRA), tuvo una respuesta de la gente, que guardó dos minutos de silencio el 14 de julio.
En calles, tiendas, oficinas, aeropuertos y estaciones, la población británica se sumó en un silencio colectivo.
Días después, el 21 de julio, hubo otro intento de atentado contra la red del transporte en Londres, aunque resultó fallido, cuando cuatro jóvenes no lograron hacer estallar varios artefactos en trenes del metro y en un autobús.
Pero los atentados trajeron consecuencias para el Gobierno y las fuerzas del orden, pues llevó al Ejecutivo de Blair a presentar una legislación antiterrorista muy criticada por los grupos defensores de las libertades civiles pues amplió de 14 a 28 días la detención sin cargos de sospechosos terroristas.