“La Iglesia está toda aquí, conmigo a la cabeza, a vuestro lado, partícipe de vuestro dolor y deseosa de ayudaros a reconstruir”, afirmó el Papa ante varios centenares de damnificados reunidos en el pueblo de Onna, que fue prácticamente destruido, en el que murieron 40 de sus 300 habitantes y que ha quedado como símbolo del seísmo.
Después, en otro discurso en L’Aquila, la capital de la región y una de las localidades más golpeadas por el terremoto, dijo que la comunidad civil debe hacer “un serio examen de conciencia para que su nivel de responsabilidad jamás venga a menos”.
Según los investigadores, muchas de las construcciones realizadas en la zona no respetaron la normativa contra los seísmo y fueron la causa de que tantas casas y edificios se desplomasen.
Tres semanas después del terremoto, el Papa, debido a su deseo de no entorpecer las primeras tareas de socorro y desescombro, cumplió ayer su deseo de estar “en persona” y abrazar a los damnificados y rezar junto a ellos por las víctimas.
Tenía previsto trasladarse en helicóptero para sobrevolar todos los pueblos, pero el mal tiempo en Roma y Los Abruzos le obligó a viajar en automóvil y desplazarse en una furgoneta de la Protección Civil.