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Sevilla

Memoria de la ciudad de los “años del hambre” (II)

La historia de España no escrita y apenas ya recordada cita que los “años del hambre” fueron en el siglo XX durante las décadas que van desde 1939 hasta 1952...

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La historia de España no escrita y apenas ya recordada cita que los “años del hambre” fueron en el siglo XX durante las décadas que van desde 1939 hasta 1952. Sevilla vivió y sufrió muy intensamente esos doce años largos de posguerra como rompeolas de las migraciones del tiempo de guerra y luego la inmediata posguerra. Y en ese tiempo las calles, plazas y paseos de la ciudad fueron el hábitat de unos personajes únicos, irrepetibles, que dieron carácter a la ciudad. De los abusos de la República a la santa intolerancia. En contraste con las penalidades de las clases obreras y medias, el clero impuso la santidad y la moral por decreto.  Nunca vivió Sevilla, ni España, un tiempo de fanatismos, hipocresías, seudo religión y sumisión a las jerarquías eclesiásticas como en la pos guerra.

Desde el final de la guerra civil, la alianza entre el “altar y la espada” actuó ya sin rodeos, con el apoyo de Pío XII. La censura de la Iglesia fue implacable, inquisitorial, desde la cultura a las costumbres. El fusilamiento del falangista Juan Domínguez Muñoz dejó a la Falange sevillana sin argumentos, dividiéndola en bandos enfrentados que consumaron la muerte del espíritu joseantoniano. La sociedad sevillana superó el espejismo triunfalista de la contienda, y el hambre, la falta de energía eléctrica y de agua, más la mendicidad, dieron a Sevilla un aspecto triste, fantasmal. Hábitos morados, blancos, grises, celestes y marrones y lutos generalizados fueron símbolos de una religiosidad hipócrita, exhibicionista, para obtener favores.

En paralelo, el estraperlo, el mercado negro, supuso el enriquecimiento de muchos a costa del empobrecimiento de las clases obreras y media. Pero todas estas realidades fueron casi ignoradas por la Iglesia Católica cuyas actuaciones moralistas estuvieron centradas en el sexto mandamiento. El sexo fue demonizado y convertido en tema tabú, algo que la sociedad bien pensante debía soslayar pudorosamente. La enseñanza femenina en los colegios religiosos, más el apoyo de la Sección

Femenina, deformaron la mentalidad de generaciones de muchachas.
La sociedad vivía una confusa situación religiosa. La gente iba a misa más que nunca, se formaban largas colas para confesar y comulgar; las sabatinas del cardenal Segura registraban impresionantes llenos, pero era difícil saber si aquella súbita “re cristianización” era verdadera, fruto de las terribles experiencias sufridas durante la década anterior, o sólo la necesidad social de aparentar que se estaba con el Régimen...

Naturalmente que eran muchísimas las personas de buena fe que exteriorizaban su catolicismo, que recuperaban sus devociones religiosas después de haber sufrido más o menos persecuciones. E igual sucedía con las personas que lucían hábitos o rigurosos lutos por los seres queridos perdidos en la guerra. Sin embargo, qué difícil resultaba aceptar la masificación, la ostentación, el ir y venir a las iglesias y tener a los curas por brujos de tribus, por oráculos...

Los espíritus críticos rechazaban aquellos comportamientos tan contrarios a las enseñanzas evangélicas. Incluso los enemigos del cardenal Segura, aplaudían sus correctivos a las Hermandades por los excesos cometidos por las mujeres que iban detrás de las imágenes en las procesiones de Semana Santa.

La ciudad parecía tierra de misión. Los viernes primeros de mes, las visitas al Gran Poder reunían miles de personas en la plaza de San Lorenzo y sus alrededores. Igual sucedía con las visitas al Cautivo, en la iglesia de San Ildefonso. Los lunes, las caminatas hasta San Nicolás, y las visitas a San Pancracio. Los martes, a Santa Marta. Los días 28 de cada mes, las oraciones ante la imagen de San Judas Tadeo, en el atrio de la capilla del Silencio... Las novenas a San Antonio, a la Merced, a Santa Lucía, a San Blas, a Santa Elena, a Santa Ana, a la Virgen del Carmen... Los santos parecían tener respuestas para todas las necesidades de una sociedad enferma que buscaba en la Providencia soluciones para sus problemas terrenales.

 

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