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Torremolinos: calles de poetas y escritores

Torremolinos no es sólo turismo, fiesta, deportes, playa y sol. Es también arte, cultura, crisol de civilizaciones. En estas crónicas, Jesús Antonio San Martín, desarrolla lo más representativo del ayer y el hoy de Torremolinos.

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  • Epicuro fundó la escuela filosófica de El Jardín, que enseñaba a vivir con plenitud
  • De sus más de 300 escritos, solo nos han llegado algunas de las cartas y fragmentos
El filósofo griego Epicuro, que vivió entre los años 341 y 270 antes de nuestra era común, legó a la posteridad, según refiere Diógenes Laercio, historiador del siglo III, más de trescientos manuscritos sobre el amor, la justicia, los dioses, la física y otros variados temas, de todos los cuales únicamente se conservan algunas epístolas y diversos fragmentos. A Epicuro le consagra el municipio de Torremolinos una de sus vías públicas, un pasaje en el sector de la urbanización La Colina. Fundador de la escuela filosófica a la que dio el nombre de "El Jardín", Epicuro, contrariamente a la filosofía de Platón, negaba la inmortalidad del alma, la cual consideraba como una parte material del cuerpo, con lo que, al morir éste, desaparecía aquélla de la existencia. Epicuro proclamaba un modo de vida sencillo que, sin dañar al prójimo, contribuyera a la propia felicidad de la persona.
Nació Epicuro en la isla de Samos, colonia dependiente de Atenas. Su padre, Neocles, era maestro de escuela, y su madre, Queréstrates, ejercía como adivina. Educado en Samos, Epicuro cumplió el servicio militar en Atenas a la edad de dieciocho años. A su cumplimiento, se dedicó durante varios años al estudio de la filosofía, tras lo cual y con objeto de consagrarse a la enseñanza, marchó a la ciudad de Mitilene, en la isla de Lesbos, y después a Lámpsaco, la antigua Pityussa, a orillas del Helesponto, hoy Estrecho de Dardanelos. Posteriormente, en 306 a.e.c., regresó a Atenas, donde se estableció por el resto de su vida y donde fundó la famosa escuela de El Jardín.
Esta peculiar escuela tuvo, como una de sus características principales, el cultivo de la amistad. En ella se enseñaba que, humana y socialmente, no debería haber distinción entre amos y esclavos, entre griegos y extranjeros, ni entre hombres y mujeres. En contra de lo que era habitual en las academias y liceos platónicos y aristotélicos, la escuela de El Jardín era la única abierta a la participación de la mujer, lo cual constituía un hecho insólito que no era visto con buenos ojos por las demás escuelas filosóficas, pues rompía con todas las normas establecidas entre ellas. Para los epicúreos, no tenía sentido acumular conocimientos si luego no se aplicaban. Todo conocimiento había de ser práctico para desenvolverse felizmente en la vida y era misión de la filosofía contribuir a ello.
Las doctrinas de Epicuro animaban a la persona a adquirir la suficiente fortaleza para vencer el miedo al dolor, a la enfermedad y a la muerte, y para superar los estados anímicos negativos, como la tristeza y el temor al futuro y a lo desconocido. Tales doctrinas hacían hincapié también, entre otros temas, en la sabiduría, en el entendimiento, en la felicidad, en la paz mental, en la seguridad, en la toma de decisiones… Sobre todo ello dio Epicuro las máximas, consejos y exhortaciones pertinentes. De sus innumerables escritos, tan solo nos han llegado las cartas a Meneceo y a Herodoto, así como fragmentos de sus Máximas Capitales y aforismos, entre otros.
Se ha atribuido a Epicuro incorrectamente la doctrina del hedonismo, que postula una vida llena de placeres y disoluta, sin consideración a los demás. Nada más lejos de la realidad. Epicuro tan solo tomó algunos axiomas de la doctrina hedonista, o mejor dicho, se inspiró en parte en ella para elaborar su propia doctrina del buen vivir. En sus "Máximas Capitales", escribe: "No se puede vivir con placer sin vivir con juicio, honestidad y justicia. Quien no tiene aquello que nos permite vivir con cordura, honestidad y justicia, no puede vivir con placer". En semejantes términos se expresa en su "Carta a Meneceo", donde leemos: "Todo placer es por naturaleza un bien; pero no todo placer ha de ser aceptado". Y también en la misma carta, hablando de los deseos: "… si los conocemos, bien sabremos relacionar cada elección o cada rechazo con la salud del cuerpo y la tranquilidad del alma. Pues ésta es la finalidad de una vida feliz".
La felicidad que preconizaba Epicuro consistía en saber escoger un modo de vivir sabio, sencillo, sin vicios, sin excesos en las comidas y sin exceso de preocupaciones, sin ansias de hacerse rico o poderoso, intentando en lo posible ayudar a los demás, no causándoles daño alguno, todo lo cual repercutiría en la salud del cuerpo y el alma y le evitaría al máximo el dolor que viene con las enfermedades y una conciencia intranquila. Elocuentes son las palabras de su carta a Meneceo: "Cuando decimos que el placer es el objetivo final, no nos referimos a los placeres de los vicios -como creen algunos que ignoran, no están de acuerdo o interpretan mal nuestra doctrina-, sino al no sufrir dolores en el cuerpo ni estar perturbado en el alma. Porque ni banquetes ni juergas constantes dan la felicidad, sino el sobrio cálculo que investiga las causas de toda elección o rechazo y extirpa las falsas opiniones de las que procede la gran perturbación que se apodera del alma".
Más importante que el alimento era para Epicuro, además de la moderación en el comer, la compañía del comensal, tema sobre el que aconsejó: "Debemos buscar a alguien con quien comer y beber antes que buscar algo que comer y beber, pues comer solo es llevar la vida de un león o un lobo". Respecto a las riquezas, escribió: "¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes, sino en disminuir tu codicia". Y también: "El que no considera lo que tiene como la riqueza más grande, es desdichado, aunque sea dueño del mundo". Y aunque de Epicuro es la famosa frase de "Comamos y bebamos, que mañana moriremos", que el apóstol Pablo tomó prestada para una de sus cartas, lo cierto es que la misma suele aplicarse fuera de contexto, por lo que se desvirtúa su verdadero significado.
Mucho hemos de aprender de la filosofía de Epicuro, de gran valor práctico para la vida. Solo quien sabe aplicar el conocimiento en la vida puede decir que es verdaderamente sabio.

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