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Desde el campanario

La Una y La Otra

Andaba buscando un tema que desmenuzar para el artículo, cuando, como caídas del cielo, se colocan junto a mi sombrilla dos señoras que me lo sirven en bandeja

Publicado: 04/08/2024 ·
12:29
· Actualizado: 04/08/2024 · 12:29
Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Viernes en Camposoto. Andaba yo buscando tema que desmenuzar para el artículo de esta semana, cuando como caídas del cielo, se colocan junto a mi sombrilla dos señoras que me sirven en bandeja la materia prima a tratar sin necesidad de tener que exprimirme el limón. En esta ocasión voy a opinar por boca de las demás. Será fácil porque básicamente lo único que tengo que hacer es tirar de memoria y transcribir lo que las locuaces damas se dedicaron a cuchichear durante el tiempo que nos acompañaron a mi mujer y a mí en la espléndida jornada playera.

Calculo que andarían ambas sobre los cuarenta y muchos años y estaban como diría el castizo, bien metiditas en carnes. Eso sí, sin complejo alguno. Las dos luciendo tetas al aire, que para eso solo son una parte más del cuerpo. Cuanto menos tabú al desnudismo, más libertad mental y más seguridad personal. Al menos eso es lo que me permito yo imaginar de quienes no esconden su piel de origen. Total, si nacemos en pelotas no sé yo que leches impide refrescar la cáscara cuando se apetece.  Me gusta la gente así. Como decía, allá se pusieron las dos bajo una alegre sombrilla a cascos de colores. Todavía no había sentado el culo en la tumbona cuando una de ellas le dice a la otra. Mientras yo me pongo la crema, cuelga tú el altavoz en una varilla con cuidadito de que no se caiga. Hoy me he traído grabado a Nicola di Bari que sé que a ti te embruja ese cantante italiano. Y yo me digo para mis adentros. ¡Toma y a mi también! Ese juglar de gafas enormes y nariz porruda que ni se llama Nicola, ni es de Bari, enamoró a la juventud de mi generación con un ramillete de canciones que todavía resuenan nostálgicas las noches de luna llena, cuando el cielo se muestra limpio y estrellado ¡Qué recuerdos! La otra, siguiendo instrucciones, sujeta a la sombrilla el amplificador Bluetooth Kukuxumusu que sacó de una bolsita estampada monísima, y puso en marcha la primera balada. Esa que lleva por título Los días del Arcoíris. Si no la habéis escuchado, no perdáis más tiempo en buscarla porque de verdad que es como untarse jarabe de miel en los oídos. Ya acomodadas las dos, con sus enseres bien ordenados sobre la arena y sus sombreros de rafia colocados con gusto exquisito, empieza el coloquio.

La Una. Hay que ver que este año la playa está a medio terminar. Ni duchas en la arena, ni papeleras a los lados como siempre. Ahora te tienes que ir hasta los aseos para tirar la basura. Además, fíjate la cantidad de piedras que hay. La Otra. Digo. En agosto que estamos ya y acaban de poner los lavapiés. Me gustaría saber a mí adonde ha ido a parar el dinero que se han ahorrado en agua desde que empezó la temporada. La Una. Y todo esto por no hablar del fango, de las dunas, de las máquinas de la limpieza y del chorlitejo patinegro. La Otra. Ni del tiempo. Que vaya verano más raro. No hay tres días seguidos iguales. Menos mal que el levante se está portando. Desde luego que cruzo los dedos no vaya a estar escuchando.

 Mientras las dos diseccionan con agudeza crítica lo que todos hemos apreciado este año en Camposoto, yo sigo la conversación con una oreja, mientras cuido que la otra no pierda detalle del cantor de Zapponeta. Ahora suena Corazón gitano. Más jarabe de miel para el encanto.

La Una. Cambiando el tema. Que me estaba yo preguntando con los años que hace que nos conocemos y todavía no se de tu religión. La Otra. Pues mira cariño, a dios gracias yo no soy creyente. Habiendo en el mundo más de cuatro mil doctrinas con sus dioses correspondientes dime tu cual es la buena. Una cosa es cierta. Don dinero es el único dios verdadero. Tu dirás que estoy majara pero cuando como una tajada de sandía apuro hasta el borde el bocado para no desaprovechar nada porque me acuerdo de la hambruna del Tercer Mundo y me pongo de los nervios. Y cuando se me caduca un yogur no te cuento. La Una. Y que lo digas hija mía. La de hambre que quitaba yo metiéndole mano a los bancos, que te cobran intereses hasta para darte cambio. ¡mancha de usureros!  La Otra. Desde luego que lo mejor que hace una es olvidarse de ellos porque por mucho que roben, ni tu ni yo tenemos poderío para solucionar este atraco. Mejor hablar de otra cosa. La Una. ¿Y de qué hablamos que no te queme las entrañas? Si están las cosas para colgarlas como los jamones y esperar a que se curen solas. La Otra. Anda hija mía que lo has clavao. Para hablar de los políticos, de mujeres asesinadas, de estafas por internet, de la cesta de la compra y de la cantidad de porquería que nos rodea, mejor nos tiramos una buena siesta escuchando a este hombre que canta como los ángeles. Y eso que ya pasa de los ochenta.

Pues dicho y hecho. Allá que las dos tendieron las tumbonas a la máxima extensión y a sobarla. A mí me solucionaron el artículo y me regalaron un fondo musical para enmarcarlo. Fíjate que antes de tumbarme yo también para reunirme con Morfeo, el Kukuxumusu se dejaba caer con Chitarrasuonapiú piano. Otra pieza armónica de museo que, además de jarabe de miel, engrasa los oídos con mermelada de caramelo. Yo ya me la he instalado en el móvil como tono de llamada.

¡Ea! Listo por hoy. Hasta septiembre.

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