Hay quien dice que Málaga ha sido una madrastra con muchos de sus hijos ilustres, y, aunque el premio inmediato de quienes vivimos aquí consiste en contemplar cómo cae mansamente la tarde desgajándose de un cielo de terciopelos anaranjados, de vez en cuando, aunque sea de tiempo en tiempo, la Ciudad del Paraíso reconoce a sus hijos con el mejor premio: el cariño del pueblo y ese galardón sí que permanece año tras año en la memoria colectiva de la urbe. Pienso en todo eso mientras recuerdo que Coco, el gran Francisco Jurado Coco, ha dejado la tele cofrade tras miles de hora de buena televisión con su sello inconfundible, su bonhomía y su voz, esa que nos ha acompañado a tantos malagueños durante muchísimo tiempo y, como quien no quiere la cosa, el artículo se dibuja solo ante mí, porque por más asuntos que el cronista y el opinador tengan frente a sí en el discurrir diario, homenajear a uno de los grandes siempre es una obligación. Porque se retira de la tele un malagueño ilustrado y enamorado de su ciudad a quien no le ha temblado el pulso cuando ha debido dar su opinión, tanto en el ámbito cofrade como en el ciudadano. Fue pregonero excelso y defensor de nuestras tradiciones (qué pena que tengamos que estar defendiendo lo obvio, mientras perdemos a jirones la identidad que nos hace diferentes), y además de ser pionero cofrade de las televisiones malagueñas, durante muchísimos años nos endulzó las mañanas o las tardes desde los micrófonos de la Cadena Cope. Mis recuerdos cofrades más queridos están indeleblemente unidos a su voz cantarina y amable que ha convertido al gran locutor en amigo, y en ejemplo a seguir en el ámbito profesional, porque verlo en su salsa, entre bambalinas, mientras ordena que corten una imagen o den paso a publicidad, es un espectáculo. Uno sabe que está contemplando a un animal televisivo en la acepción más amable del término, a un tipo de una pieza que tanto ha hecho por que los jóvenes malagueños puedan seguir sintiéndose orgullosos de una ciudad sometida a tantos cambios urbanísticos, económicos y culturales, a una transformación tan amplia y profunda que parece difícil que muchos de ellos puedan recordarla tal y como fue en su infancia. Eso es Coco. Eso ha sido toda la vida. Un maestro de comunicadores, un comunicador largo, amante del maratón de imágenes, que trufaba sus tertulias de sapiencia, reflexión y amabilidad. ¡Porque esto, señores, es Málaga!
Fuego amigo
Coco
Aunque sea de tiempo en tiempo, la Ciudad del Paraíso reconoce a sus hijos con el mejor premio: el cariño del pueblo
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En mis columnas hablo de la Málaga que fue, de la que es y, a veces, de la que será
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